LA PERLA PEREGRINA
Pocas joyas llevan tras de sí una historia tan fascinante. Es una
joya que ha peregrinado por diversos países desde que fuera descubierta
por un esclavo en Panamá hace más de 400 años. Sin embargo, su apodo «
Peregrina» no se debe a su historial viajero, sino a su peculiar forma. En siglos anteriores, el adjetivo «
peregrino» significaba «
raro, caprichoso, especial». Esta perla fue también llamada «
La sola», «
La margarita»...
Las perlas en forma de lágrima son muy apreciadas por su belleza y escasez, y es por ello que la
Peregrina
se convirtió en objeto de deseo de la realeza de la época , como
Margarita de Austria, Isabel de Borbón o María Luisa de Parma, reinas
de España, que la lucieron a lo largo de los siglos.
La perla fue hallada en Panamá (según alguna fuente, en 1515) y ofrecida en 1580 al Rey de España FelipeII_
por el
Aguacil Mayor de Panamá, Diego de Tebes, quien la había llevado a Sevilla Según un documento de la época, pesaba 58,5 kilates
La
perla Peregrina, la primera vez que aparece como joya de una Reina de
España es en el pecho de la Emperatriz Isabel de Portugal, esposa de
Carlos V y madre de Felipe II. La leyenda dice que la perla llegó a
España, procedente de América, en época de Carlos V, aunque no está
documentado.
EMPERATRIZ ISABEL DE PORTUGAL
Isabel de Portugal fue una de las mujeres más importantes en la vida de Felipe II. Fue ella quien le dió la vida. Isabel de Portugal, princesa de Portugal, nació el 24 de octubre en 1503 y murió el primero de mayo en 1539. En 1526, se casó con su primo, Carlos V. Isabel de Portugal se convierte en la emperatriz del Sacro Imperio Romano Germánico y la Reina de España debido a su casamiento con Carlos V.
Ella es la hija de Manuel I de Portugal y de María de Castilla y Aragón.
Pasó su infancia con sus padres. En 1526, Isabel de Portugal se casó con Carlos V, en Sevilla. El emperador Carlos V se enamoró rápidamente de esta mujer, Isabel de Portugal, que tenía una apariencia hermosa y que poseía un nivel moral elevado. En cambio, su matrimonio no era lo que ella esperaba. Su vida con Carlos V consistía en una mezcla de soledad y de varios embarazos. Su último embarazo fue fatal. Pasó la mayor parte de su tiempo sola y tenía que cuidar a sus hijos .Dio a luz en total a seis hijos: Felipe, María, Juan, Fernando, Juana y Juan (el último que murió durante en el parto).
Su marido, Carlos V tuvo que viajar mucho por asuntos de Estado por toda Europa. Él eligió casarse con una mujer por la sencilla razón que durante su ausencia, su esposa podría asegurar la regencia en España. Esta implicación política llevó la emperatriz Isabel de Portugal, a veces a enfrentarse contra su marido sobre la gestión del reino. A pesar de estas dificultades y los viajes recurrentes, Carlos V parece haber sido fiel en los trece años de su matrimonio y no se casara después de la muerte de Isabel de Portugal. Ella muere en Toledo el 1 de mayo de 1539 durante el nacimiento de su hijo menor, Juan
.
MARIA MANUELA DE PORTUGAL (1ª ESPOSA DE FELIPE II )
María Manuela de Portugal, princesa consorte de Asturias e infanta de Portugal, por su matrimonio con el entonces príncipe Felipe II, hija de la archiduquesa Catalina de Austria -infanta de España ...
Wikipedia
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El rey la compró y se la regaló a su segunda esposa María Tudor. Aquí aparece retratada con la perla engarzada en el bello "Joyel Rico de los Austrias", formado por el diamante El Estanque y La Peregrina.
María Tudor , luce una gran perla en el famoso retrato pintado por Antonio Moro(Museo del Prado de Madrid). Pero en realidad la
Peregrina se adquirió muchos años después de l
A los 27 años y tras la muerte de su primer mujer María Manuela de Portugal, el príncipe Felipe se fijó en María I de Inglaterra, conocida como María I Tudor quien era también prima de su padre y entonces pariente suyo.
Retrato de la pareja : Maria I de Inglaterra y Felipe II
La ceremonia de la boda tuvo lugar en la Catedral de Winchester el 25 de julio de 1554.
Contratado por razones políticas , tampoco duró mucho tiempo este nuevo enlace : sólo 4 años después, murió la nueva reina sin haber tenido descendencia.
AQUÍ PODEMOS OBSERVAR LA FAMOSA "PEREGINA"
María I de Inglaterra / María Tudor ( conocida como " La sangrienta " )
Enrique VIII y Catalina de Aragón
Fue también la
única descendiente de la pareja real, lo que fue una gran frustración para su padre Enrique VIII y fue al origen de la difícil juventud de María. El rey que había esperado durante 11 años un varón para garantizar su descendencia , decidió por fin pedir la
cancelación de su matrimonio con su esposa Catalina. María sufrió mucho las consecuencias del divorcio de sus padres y fue declarada hija ilegítima. Del matrimonio siguiente de su padre con Ana Bolena, nació
otra princesa : Isabel I. Más tarde,
el Parlamento Inglés decidió apartarla de la sucesión a favor de Isabel.
ISABEL DE VALOIS
Tercera esposa de Felipe II
en un retrato atribuido a Sofonisba Anguisola (otros lo atribuyen a
Pantoja de la Cuz), con la Peregrina en el tocado.
Su infancia es algo incierta. Pero se cree que estuvo marcada por la relación de su padre con
Diana de Poitiers, quien nunca ocultó sus amoríos reales.
En
mayo de
1564 se anunció el primer embarazo de la reina. Tres meses después, Isabel abortó. Ante la tardanza de un nuevo embarazo, la reina mandó traer a
Madrid los restos de
San Eugenio, primer obispo de
París y
mártir. Ya fuera por ayuda divina o por las leyes de la naturaleza, el
12 de agosto de
1566 llegó al mundo la primera hija de Felipe e Isabel que recibió el nombre de
Isabel Clara Eugenia: Isabel por su madre, Clara por la onomástica del día y Eugenia por el santo al que suplicó su madre.,que sería soberana y posteriormente gobernadora de los PAISS BAJOS En
octubre de
1567 nació la segunda hija que se llamó
Catalina Micaela. ( Duquesa de Saboya ) Después del parto, a Isabel le sobrevino la fiebre.
En mayo de
1568 la salud de la reina se resintió. Un nuevo embarazo provocó en ella vómitos, vértigos, mareos que trataron de ser aliviados por los galenos de la corte. Murió el
3 de octubre de ese mismo año durante el parto de un feto que no sobrevivió. Fue enterrada en el Panteón de los Infantes de la
Cripta Real del Monasterio de El Escorial, no junto a su esposo y otras reinas, pues no llegó a ser la madre de un rey de España
ANA DE AUSTRIA
Cuarta esposa de Felipe II, retratada por Bartolomé Gonzalez, con la Peregrina en su pecho.
Ana de Austria, reina consorte de España y de Portugal, fue la cuarta esposa de Felipe II.
Wikipedia
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Lo cierto es que la
Peregrina, prendida de un broche o
joyel junto con el diamante el Estanque fue lucida por las sucesivas reinas que ocuparon el trono español. La reina Margarita de Austria la lució con dicho broche en su retrato ecuestre terminado por Velazquez (Museo del Prado), y también su esposo Felipe III de España la lleva, prendida de su sombrero (sin el broche), en el retrato que hace pareja con él
FELIPE III
Retrato de Felipe III de Velázquez
FELIPE III a caballo (con la Perla Pregrina adornando su sombrero
En 1598 Felipe se casó con su prima
Margarita de Austria, hija del archiduque Carlos de Estiria. Margarita, que en ese momento tenía catorce años, era una joven enérgica que ejerció una influencia notable sobre su esposo hasta su temprana muerte por sobreparto en 1611. Durante esos pocos años, tuvo ocho hijos:
Ana(casada luego con
Luis XIII de Francia), Felipe (futuro
Felipe IV), María, Carlos, Fernando, Margarita, Francisca y Alfonso. Tras la muerte de la reina, Lerma aconsejó al rey que no volviera a casarse, argumentando que tenía ya la descendencia asegurada, y Felipe le hizo caso. A pesar de que contaba apenas treinta y tres años, no se le conocieron otros asuntos amorosos ni hijos ilegítimos.
Los primeros años del reinado. La privanza de Lerma
El príncipe tenía veinte años cuando murió su padre el 13 de septiembre de 1598. Su advenimiento fue recibido con cierto alivio, pues en los años finales de Felipe se había instalado un ambiente de cansancio ejemplificado en el dicho que, según el diplomático Gaspar Silingardi, circulaba por la corte: "Si el rey no muere, el reino muere". Felipe III recibió como parte de su herencia a algunos de los principales colaboradores de su padre, como Rodrigo Vázquez, Pedro Portocarrero, el ya mencionado García de Loaysa (a quien poco después nombró arzobispo de Toledo), Cristóbal de Moura, Juan de Idiáquez o el marqués de Velada. Todos ellos estaban respaldados por una sólida formación política con la que Felipe II pensó que podría contrarrestarse la inexperiencia de su hijo. Pero éste pronto se mostró decidido a prescindir de la "vieja guardia" de Felipe II en favor del marqués de Denia, al que poco después de subir al trono nombró duque de Lerma. En sus manos iría dejando progresivamente el nuevo rey todos los asuntos del Estado. La consolidación de Lerma al frente del gobierno pasó por la desmantelación de la Junta de la Noche y el alejamiento de los colaboradores del rey que mostraban una mayor independencia de criterio, como Loaysa, Moura o Portocarrero. Sólo permanecieron en el gobierno el marqués de Velada, que mostró pronto su lealtad al favorito, y el viejo Idiáquez, inofensivo para Lerma. De esta forma se inauguró el régimen del valimiento, que habría de dominar la vida política de la monarquía hispánica durante todo el siglo XVII.
No obstante, durante los primeros años de su reinado, Felipe causó una impresión favorable, pues se mostró hasta cierto punto emprendedor, accesible y dispuesto a acelerar la tramitación de los asuntos de Estado. Pero muy pronto Lerma monopolizó los enlaces entre los Consejos, lo que le permitió controlar todas las tareas del gobierno. Todas las fuentes coinciden en señalar el control casi absoluto que el duque ejercía sobre el monarca. Por otra parte, la desconfianza propia del carácter del valido le llevaba a intentar resolver personalmente todos los asuntos, de ahí que su gobierno se tradujera en un nuevo atasco de la maquinaria administrativa. Además, Lerma era un hombre extremadamente fiel a sus favoritos -lo que se tradujo en un aumento del nepotismo- y avaricioso, como demostró el extraordinario crecimiento de su fortuna durante sus años de gobierno.
En 1601 la corte de trasladó a Valladolid de manera inesperada, lo que provocó fuertes protestas populares en Madrid, capital del reino desde 1561. En esta sorprendente decisión influyeron tres factores: primero, Lerma quería apartar al rey de la influencia de su abuela, la emperatriz María, que vivía en el Convento de las Descalzas Reales y se oponía sin ambages a la privanza; segundo, el valido (que poseía grandes dominios señoriales en Valladolid) necesitaba, para afianzar su poder, llevar la corte a un lugar donde no existieran los intereses creados que dominaban en Madrid; y, tercero, la propia afición de Felipe III a las mudanzas ("No para", comentaba el nuncio Caetani). De ellos, sin duda el factor decisivo fue el primero, como demuestra el hecho de que empezara a hablarse de retornar a Madrid en cuanto murió la emperatriz, en 1603. Pero la corte permaneció aún cuatro años en Valladolid, donde desplegó todo el lujo del barroco, al que eran muy aficionados tanto el rey como su valido.
En 1607, fecha del regreso de la corte a Madrid, se produjo la primera crisis política de gravedad del reinado, motivada, en gran medida, por el enfrentamiento entre la reina Margarita y Lerma. Éste hizo cuanto pudo por neutralizar la influencia de la reina: primero despidió a su séquito de servidores alemanes y, luego, consiguió impedir que le fueran presentados peticiones y memoriales. Pero Margarita, apoyada por el confesor real fray Diego de Mardones, mostró una férrea oposición al duque. A fines de 1606, la reina inició una campaña contra Lerma, denunciando sus abusos de poder y las irregularidades de su gestión. El clima era propicio a la caída del valido, pues en 1607 se produjo una grave crisis monetaria, causada por la disminución temporal de las reservas de plata americanas, la malversación administrativa y los inmensos gastos suntuarios de la corte. La venalidad de los oficios públicos se había convertido para entonces en moneda corriente, la maquinaria del Estado estaba esclerotizada y los asuntos públicos se descuidaban o se resolvían con extrema lentitud. En todas partes se culpaba de los males del país a Lerma y a sus favoritos, que se estaban enriqueciendo de manera desproporcionada. Pero la ofensiva de la reina y su confesor no consiguió otra cosa que la caída de algunos de los "validos del valido", como Pedro Franqueza, quien se encargaba de transmitir a Lerma las consultas de los Consejos. No cayó, en cambio,
Rodrigo Calderón, el favorito de Lerma, personaje muy odiado que desempeñaba un papel importante en el irregular sistema de gobierno establecido por el valido. En los años siguientes, la reina y su nuevo confesor, fray Luis de Aliaga, intentarían de nuevo derribar a Calderón, al que Lerma salvó una y otra vez de la defenestración.
La muerte de la reina en 1611 permitió a Lerma alcanzar la cumbre de su poder. Al año siguiente, Felipe III fortaleció su posición mediante un cédula de vital importancia en la cual ordenaba a los presidentes de los Consejos que despacharan directamente con el duque, al que permitió incluso firmar en su nombre. Desde entonces, siempre que el valido se dirigía al Consejo de Estado lo hacía en nombre del rey, lo cual no era sino una ficción aceptada por todos, pues, en realidad, Felipe III se desvinculó casi por entero de los asuntos de gobierno, prefiriendo dedicarse a sus aficiones favoritas: la caza, los caballos y el teatro. La actuación de Lerma era omnicomprensiva, pues, no estando apoyada en ningún cargo oficial, sino en la sola voluntad del rey, no estaba sometida a ningún control institucional. La cédula de 1612 fue, pues, el acta de fundación oficial del régimen de valimiento.
Política exterior
A menudo suele tildarse de "pacifista" al reinado de Felipe III, debido al hecho de que, durante los diez primeros años del mismo, la monarquía hispánica canceló temporalmente sus guerras con Inglaterra y los Países Bajos. Pero ese "pacifismo" (que se inscribe dentro de la llamada "generación pacifista del barroco"), es en buena medida una ficción historiográfica, puesto que fueron los acuciantes problemas internos que tuvieron que afrontar los gobernantes de la época, y no su deseo de mantener la paz a ultranza, lo que provocó la cesura temporal de los conflictos bélicos. En el caso de Felipe III y Lerma, es más apropiado hablar de conservadurismo a la hora de caracterizar su política exterior. Tanto el rey como su valido asumieron las líneas básicas heredadas del reinado de Felipe II, pese a que el contexto político y económico de principios del siglo XVII era muy distinto. En 1597, el comercio de Indias, principal soporte de la economía hispana, se vio aquejado por una serie de fluctuaciones que fueron la primera señal de la regresión que sufriría después. Las dificultades financieras de la monarquía forzaron a Felipe III a suspender la política exterior de carácter ofensivo que había dominado en los reinados anteriores. En lugar de subir los impuestos (lo que habría aumentado el descontento social), el rey y su valido prefirieron reducir los gastos militares para paliar en lo posible la crisis económica. De ahí el famoso "pacifismo".
Durante los primeros años del reinado, las relaciones con Francia fueron tensas, debido a que el rey francés,
Enrique IV, desarrolló una política antiespañola en Italia y los Países Bajos, evitando, sin embargo, el estallido de un enfrentamiento bélico. Su muerte en 1610 dio un vuelco a la situación, pues la regente,
María de Médicis, se esforzó por mejorar las relaciones con España. La distensión quedó sellada en 1611 mediante la firma de un doble compromiso matrimonial: por una parte, el de
Isabel de Borbón (hija de Enrique IV) con el infante Felipe (futuro Felipe IV); y, por otra, el de Luis XIII de Francia con la infanta
Ana de Austria.
Las relaciones con Inglaterra también fueron de hostilidad hasta que se produjo el cambio generacional: en 1604, tras la muerte de
Isabel I de Inglaterra y la subida al trono de
Jacobo I, se firmó la Paz de Londres, que se mantendría en vigor durante todo el reinado de Felipe III.
En Italia, el gobierno español se vio obligado a intervenir continuamente como árbitro en las querellas sucesorias, a fin de mantener en el poder a príncipes favorables a España. El principal problema fueron la ambiciones del duque
Carlos Manuel de Saboya, que aspiraba a apoderarse del ducado de Montferrato. El gobierno español lo impidió (1615) y el duque se declaró en rebeldía y, proclamándose "libertador de Italia", intentó organizar una rebelión contra la presencia española en Italia. Las fuerzas españolas del Milanesado invadieron el Piamonte y obligaron al duque a retractarse, pero la paz firmada en Pavía en 1617 no se tradujo en ninguna ventaja territorial o política, sino en el mero restablecimiento del
statu quo anterior a la guerra.
Mientras tanto, en los Países Bajos proseguía la guerra. Los rebeldes holandeses lograron algunos éxitos importantes en 1600-01. Felipe III y Lerma decidieron continuar la lucha en defensa de los derechos del
archiduque Alberto e
Isabel Clara Eugenia, a los que Felipe II había cedido los Países Bajos antes de morir. La recuperación del comercio de Indias que se produjo en 1602-03 permitió poner en marcha una gran ofensiva militar. El general
Ambrosio Spínola, que en 1604 logró conquistar Ostende, recibió el mando de las operaciones. Pero éstas concluyeron bruscamente en 1606, debido a un motín de las tropas causado por el retraso de las pagas. Este parón dio al traste con todos los esfuerzos de los años anteriores y obligó al gobierno de Madrid a ordenar una retirada parcial de Flandes. Poco después se entablaron conversaciones oficiosas de paz, pero fue imposible llegar a un acuerdo definitivo por la inflexibilidad que mostraron ambos bandos. Finalmente, en abril de 1609 se firmó la Tregua de los Doce Años, en la que, por primera vez, la monarquía española reconoció el estatuto de beligerancia de las Provincias Unidas de Holanda. Ello fue fruto del convencimiento de Lerma y del propio Felipe III de que el Imperio español podía mantener su estabilidad tal y como estaba y que bastarían acciones defensivas y alguna que otra demostración ocasional de fuerza para conservar su hegemonía.
La paz reinó hasta el gran estallido de la Guerra de los Treinta Años, en 1618. Las buenas relaciones con Inglaterra y Francia, los problemas internos del Imperio Germánico y la decadencia del Imperio Otomano permitieron el mantenimiento sin esfuerzos de la hegemonía española sobre Europa, y el duque de Lerma se guardó muy bien de alterar esta situación. Pero no supo aprovechar las oportunidades que ofrecía la paz para mejorar la situación interior del país. Así, cuando las guerras se reanudaron en 1618, la monarquía española estaba exangüe y carecía de la capacidad de iniciativa y de los recursos necesarios para mantener su hegemonía europea.
Política interior
El contexto internacional de paz permitió al gobierno español concentrarse en el problema de los moriscos, cuya expulsión se considera el hecho central de la política interior del reinado. Después del fracaso de soluciones menos traumáticas, en julio de 1609 Felipe III firmó la orden de expulsión de la población morisca. En tan drástica medida tuvieron un peso decisivo algunos personajes de la corte (la reina Margarita, el propio Lerma), pero, ante todo, los criterios de seguridad del Consejo de Estado, marcados por las necesidades de la política exterior. La raíz del problema era la resistencia a la asimilación de los moriscos. El Consejo temía que éstos pudieran actuar como "quinta columna" de Francia, de los musulmanes de África del Norte, o de los turcos. El proceso de deportación comenzó en otoño de ese año en el reino de Valencia y continuó en los años siguientes en toda la Península. La medida tuvo graves consecuencias demográficas y económicas, pues España perdió unos 300.000 habitantes (Domínguez Ortiz), que, en su mayoría, eran buenos campesinos y artesanos. Pero, en principio, la expulsión produjo un ambiente de euforia oficial y popular que impidió que se analizaran con lucidez sus consecuencias hasta la década de 1620.
La decisión de expulsar a los moriscos, tomada sin consultar a los reinos orientales, agravó el clima de descontento que se respiraba en éstos. La situación era especialmente preocupante en Cataluña, donde se vivía una grave crisis económica. A partir de 1615, el gobierno decidió cambiar la política de contención que había mantenido hasta entonces. El duque de Alburquerque, virrey de 1615 a 1618, intentó atajar el bandolerismo (una de las principales lacras que padecían los países catalanes) y se apoyó en las ciudades para poner freno al poder de la aristocracia. Pero bajo su sucesor, el duque de Alcalá (1618-1621), la decisión del gobierno de reclamar para la Corona la quinta parte de los ingresos municipales desató la oposición de la aristocracia rural y de las oligarquías urbanas. Aunque la situación se mantuvo estancada durante el resto del reinado, la gran rebelión catalana de 1640 (véase: Corpus de Sangre) estaba ya en el ambiente.
Por lo que se refiere a Portugal, el gobierno de Felipe III conculcó a menudo la personalidad jurídica e institucional del reino. Las medidas tomadas por Lerma, siempre supeditadas a los intereses castellanos, fueron muy impopulares y provocaron un creciente descontento hacia la monarquía de Madrid.
En lo que respecta a la política económica, Felipe III heredó de su padre una enorme deuda de Estado, que los gastos suntuarios de la corte no hicieron sino aumentar. Para paliar la situación financiera, se recurrió a la reducción de gastos de defensa y a la devaluación monetaria. Las alteraciones de la moneda de 1599, 1602 y 1603 provocaron la retirada de la circulación del oro y la plata, la devaluación del vellón y el agravamiento de la crisis financiera de la Corona por el desfase que suponía pagar en el interior con moneda de vellón y en el exterior con oro y plata. Consecuencia lógica de esta errática política monetaria fue la bancarrota de 1612.
El final del reinado
Los años finales del reinado estuvieron marcados, en el interior, por las intrigas políticas. La posición política de Lerma se debilitó a partir de 1615, debido al descontento que provocaba su autoritarismo. El confesor real, fray Luis de Aliaga, fiel guardián de Felipe III, encabezó el partido cortesano que se oponía al duque, partido con el que simpatizaba el
marqués de Cea, hijo de Lerma. Ya en 1616 el conde de Lemos, antiguo virrey de Nápoles, urdió una intriga para hacerse con la privanza, pero fracasó. Dos años después, cuando el estallido de la Guerra de los Treinta Años causó una nueva crisis de gobierno, Lerma se hizo nombrar cardenal por el papa
Paulo V en un intento desesperado por mantener su posición. Pero ese mismo año salieron a la luz una serie de intrigas urdidas por Rodrigo Calderón que desencadenaron una nueva ofensiva contra el valido, orquestada por el confesor e influyentes medios eclesiásticos. El duque abandonó finalmente la corte por propia voluntad poco después, refugiándose en Lerma, donde murió en 1623.
Tras la marcha de Lerma, Aliaga y Cea (al que el rey nombró duque de Uceda) ocuparon su lugar al frente de gobierno. Pero pronto este último tendió a monopolizar los asuntos de Estado en nombre del rey, al igual que había hecho su padre. Sin embargo, Uceda nunca llegó a controlar el enlace entre el monarca y los Consejos y su poder fue, pues, mucho más limitado que el de Lerma. Ello se debió a que, en sus últimos años de vida, Felipe III se sintió acosado por sentimientos de culpabilidad por no haber cumplido sus deberes como rey e intentó poner limitaciones al valimiento. Eso permitió que, en cierto niveles institucionales, se intentara recuperar la operatividad de los antiguos organismos ejecutivos y, ante todo, del Consejo de Castilla. El desasosiego que acompañó al monarca durante sus últimos años no pasó desapercibido para quienes componían su círculo más cercano. Los cronistas nos lo muestran atenazado por la angustia que le producía no haber sido capaz de afrontar sus deberes políticos y haber delegado todas sus responsabilidades en otros.
La política de estos años estuvo marcada por la implicación española en la Guerra de los Treinta Años en favor del emperador
Fernando II, que produjo la intervención de los tercios en Suiza, el Palatinado y Bohemia, y por el aumento del descontento social de los llamados "reinos periféricos" (Portugal, Cataluña, Valencia). En 1619 Uceda aconsejó al rey realizar un viaje a Portugal a fin de calmar los vientos de rebelión que soplaban en el reino. El viaje templó en cierta medida la situación, pero se vio interrumpido de manera brusca al contraer Felipe una erisipela que le obligó a regresar precipitadamente a Madrid, justo antes de que se celebraran unas Cortes en Lisboa que expondrían las necesidades y quejas del país. Ello dejó sin resolver el problema portugués, que estallaría de forma violenta en 1640.
La enfermedad mermó rápidamente las fuerzas del rey y le produjo una grave depresión nerviosa. Después de una corta mejoría, Felipe III murió en Madrid el 31 de marzo de 1621, a los cuarenta y tres años de edad. Los historiadores suelen considerar su reinado como un periodo de transición, pues, por una parte, supuso la cancelación de la etapa hegemónica de los Austrias Mayores (
Carlos I,
Felipe II), y, por otra, el preludio de la crisis que se produciría durante el reinado de su hijo y sucesor, Felipe IV.
- Testamento de Felipe III.
Bibliografía
- FEROS CARRASCO, A. Felipe III, en La crisis del siglo XVII, vol. 6 de la Historia de España dirigida por A. Domínguez Ortiz.
- GARCÍA GARCÍA, B.J. La Pax Hispánica. Política exterior del duque de Lerma. Leuven, Leuven University Press, 1996.
- MARTORELL TÉLLEZ-GIRÓN, R (ed.). Cartas de Felipe III a su hija Ana, reina de Francia (1616-1618). Madrid, Imprenta Helénica, 1929.
- PÉREZ BUSTAMANTE, C. Felipe III. Semblanza de un monarca y perfiles de una privanza. Madrid, 1950.
- Ídem. La España de Felipe III, en Historia de España dirigida por J.M. Jover Zamora, vol. XXIV. Madrid, 1979.
- SÁNCHEZ BELÉN, J.A. Los Austrias Menores. La monarquía española en el siglo XVII. Madrid, Historia 16, 1996.
Autor
- Victoria Horrillo Ledesma
MARGARITA DE AUSTRIA ,ESPOSA DE FELIPE III
ISABEL DE BORBÓN
VICTORIA EUGENIA DE BATTENBERG
Casada con ALFONSO XIII, Reina de España, afirmaba que ella tenía la auténtica Peregrina
LA PEREGRINA La
Peregrina permaneció en España hasta 1808 cuando el rey invasor José Bonaparte ordenó que le entregasen las joyas de los Borbones españoles, ya exiliados. La perla fue enviada por Bonaparte a su esposa Julia Klary que residía en París, pero años después de perder el trono español el matrimonio se separó y Bonaparte marchó a Estados Unidos, con una amante y con la perla
Cuando José Bonaparte regresó a Europa, se trajo la perla consigo. Se
cree que dispuso en su testamento la entrega de la perla al futuro
Napoleón III, quien debió de venderla hacia 1848 por problemas
económicos. Se la compró el marqués de Abercorn, cuya esposa la lució en
París, en un baile en el Palacio de las Tullerías.
Se cuenta que ella se negó a taladrar la perla y así prenderla mejor,
razón por la cual se soltaba de su engarce, si bien no llegó a
extraviarse nunca.
Según documentación desvelada recientemente, ya en 1914 Alfonso XIII sabía que
La Peregrina
había sido vendida por los Abercorn a una joyería inglesa. Consta que
se la ofrecieron al rey y que le remitieron fotografías de ella
No llegaron a un trato, y acaso fue entonces cuando Alfonso XIII obtuvo
una segunda perla, que sería la mostrada por su viuda en 1969.
Sea como fuese, la
Peregrina pasó por dos coleccionistas más entre 1914 y 1969, y fue subastada el día 23 de enero de 1969 por la sala
Parke Bennet en Nueva York, como
lote número 129.
La mayor parte de los que pujaron se detuvieron en los 15.000 dólares.
Hasta los 20.000 llegó Alfonso de Borbón Dampierre. El actor Richard
Burton la adquirió (sirviéndose de un intermediario) por la «
simbólica» cantidad de 37.000 dólares, como regalo a su esposa ,la tambien actriz Elizabet Taylor
Un día más tarde, el 24 de enero, Luis Martinez de Irujo, Duque de Alba , como jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia,
negaba la autenticidad de la perla subastada y exhibió una perla que
pretendía ser la auténtica, recibida de Alfonso XIII con motivo de su
boda. Tanto la casa de subastas como diversos especialistas negaron
veracidad a esa atribución. Esa presunta
Peregrina fue legada a
Juan de Borbón, hijo de Victoria Eugenia, y cuando este renunció a sus
derechos dinásticos en 1977, le fue transmitida al rey de España Juan
Carlos I. Ha sido lucida varias veces por la reina Reina Sofía y algunos
funcionarios de la casa real española siguen manteniendo que es la
verdadera
Peregrina
En 1969 la
Peregrina sale a subasta, y la noticia causa agitación en España .
Se cuenta que Alfonso de Borbón Dampierrre participó en la subasta de Nueva York, si bien su oferta resultó insuficiente.
Lo cierto es que la
Peregrina, prendida de un broche o
joyel
junto con el diamante el Estanque fue lucida por las sucesivas reinas
que ocuparon el trono español..
Doña
Sofía con la supuesta Peregrina, de la que la Reina Victoria Eugenia
afirmaba que era la auténtica y que en la actualidad, forma parte de la
joyas de la corona
Subasta: Richard Burton vence a la Casa Real española
En 1969 la
Peregrina sale a subasta, y la noticia causa agitación en España
Se cuenta que la Casa Real española intentó entorpecer la venta
afirmando que esta perla no era la auténtica. Los Borbones españoles
tenían otra perla, regalada por Alfonso XIII a su esposa, y afirmaron que era la
Peregrina. Sin embargo, al menos parte de la familia Borbón sabía cuál era la auténtica; Alfonso de Borbón y Dampierre participó en la subasta de Nueva York si bien su oferta resultó insuficiente.
Richard Burton,a través de un intermediario , adquiere la perla ,en la subasta ,por 37.000 dólares.Fué subastada el 23 enero 1969,por la sala PARQUE BENNET en Nueva York,como lote nº 129. La mayor parte de los que pujaron
se detuvieron en los 15.000 dólares Hasta los 20.000 llegó Alfonso de Borbón
La actriz Elizabeth Taylor,recibió la PERLA como regalo de su esposo en 1969
La famosa actriz lució la perla en su breve aparición en la película de época Ana de los mil dias
2011: la perla, otra vez en venta
El 3 de septiembre de 2011, el diario español
ABC anunció que las joyas de Elizabeth Taylor y entre ellas la perla
Peregrina, serían exhibidas por la sala de subastasChristie en varias capitales del mundo como paso previo a su venta. España no figuraba en dicha
gira, pero de manera excepcional, la
Peregrina
viajó a Madrid para su exhibición a los medios de comunicación. Supuso
su (fugaz) regreso dos siglos después de su expolio durante la ocupación
napoleónica.
Tal como contó el diario
La Vanguardia, la subasta de la
Peregrina y de las restantes joyas de Taylor se produjo el día 13 de diciembre de 2011; la perla alcanzó los 9 millones de euros
Notas
Enlaces externos
La perla 'Peregrina' de Elizabeth Taylor se
ha vendido en Nueva York por nueve millones de euros durante una subasta
que organizó la casa Christie's. Esta adquisición supone, además, todo
un record en la venta de perlas dentro de las subastas de joyas, cuyo
precio de salida oscilaba entre 1,5 y 2,3 millones de euros.
Con esta pieza, una de las perlas más admiradas del mundo, y cuyo
origen se remonta a la España del siglo XVI, la casa de subastas da
comienzo a la venta de la Colección de Elizabeth Taylor, cuyas piezas
han podido visitarse en varios museos del mundo durante los últimos
meses.
La Perla Peregrina, que visitó la oficina de Christie's en Madrid
en el mes de septiembre, logró un record histórico después de cuatro
minutos y medio de apuestas. Finalmente, la perla fue adquirida por un
cliente, quien, al teléfono, logró aumentar las veinte ofertas que se
incrementaban de millón en millón de dólares cada pocos segundos.
Se trata de una pieza histórica y de gran valor, especialmente
para España, ya que el rey Felipe II la adquirió en 1580 y el pintor
Velázquez la incluyó en algunos de sus retratos. Además, miembros de la
realeza como Margarita de Austria, Isabel de Borbón, María Luisa de
Orleans o María Luisa de Borbón-Parma, lucieron esta perla hasta que
pasó de moda.
Richard Burton, quinto marido de la actriz, adquirió esta perla en
el año 1969 por 37.000 dólares, una puja en la que ganó al duque de
Cádiz, y se la regaló a Liz, enamorada de las joyas, y que lució cuando
interpretó a Ana Bolena.
ORIGEN ESPAÑOL
Cuando Liz se convirtió en "custodia" de esta joya, decidió
cambiar la cadena fina con perlas pequeñas que sustentaban a la
Peregrina por otro montaje que ella misma diseñó, inspirado en un
retrato de María Estuardo, y que es el actual engarce de esta joya.
Pilar González de Gregorio, duquesa de Fernandina y directora
general de Christie's en España, explica que el "especial tamaño, color,
brillo y percepción de la forma" convierten a esta pieza en "la mejor
perla natural que hay en el mundo", compitiendo con la perla que llevaba
María Tudor y otra que posee la Reina Sofía.
En palabras de la duquesa, desde 1569, cuando fue descubierta, se
consiguió averiguar "cada día de su existencia". A pesar del "montaje
opulento" de esta joya, destaca que "lo que se ve siempre es la perla".
"Estamos ante la más increíble, por calidad, propiedades y cualidades.
Aunque no es la más grande del mundo, es única", ha señalado.
Existian dos perlas similares?La de la Casa Real y la de la actriz?
Imágenes conseguidas por EL CULTURAL
Es
sabido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de laSus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como h
Es
saSus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
bido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de la Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como hemos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de MSus orígenes, como correspSus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
onde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
aSus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
aría Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Peregrina»,
junto a otras perlas similares que figuran en los inventarios posteriores,
permaneció en palacio durante los reinados de Fernando VI, Carlos
III y Carlos IV, quienes la usaron repetidas veces.
La Guerra de la Independencia provocó el saqueo de las joyas
existentes en el Palacio de Madrid. Nos quedan referencias de aquel
expolio gracias al exhaustivo inventario entregado al conde de Cabarrús
por Juan Fulgosio, y que lleva fecha del 8 de mayo de 1808. En el se
describe con gran precisión la perla así como su montura
y sirve para conocer como, hasta aquel momento, no habían desaparecido
joyas importantes de la colección regia. El monto total superará
los 22 millones de reales. Pero, desgraciadamente, podemos asegurar
que entonces la «Peregrina» salió de España.
Las razones de aquella salida hay que encontrarlas en el encargo que,
nada más llegar a España, ordenó el rey intruso,
José I, a su mayordomía mayor para que hiciera entrega
al ministro de Hacienda, conde de Cabarrús, de las joyas de la
Corona Española. En un inventario, fechado en Madrid, el 30 de
julio de ese mismo año, y guardado en los Archivos Nacionales
Franceses, figura una relación de todas aquellas joyas en la
que aparecen tanto «El Estanque» como «La Peregrina».
Según este mismo documento, el propio ministro Cabarrús
entregó las joyas al ayuda de Cámara de José Bonaparte,
Cristóbal Chinvelli, quien las hizo llegar a Julia Clary, consorte
del rey José, en París.
Cuando el ex rey José volvió a Francia en los años
40, tras su estancia en Estados Unidos, mantenía aun en su poder
la perla que figuraba al fallecer entre sus propiedades en 1844. Según
parece, dispuso que se la hiciesen llegar a su cuñada la ex reina
Hortensia de Holanda con objeto de que sirviese para sufragar las actividades
políticas de su hijo, el futuro Napoleón III, quien posiblemente
la vendió hacia 1848 al entonces Marqués de Abercorn,
convertido poco después en primer Duque de este título.
Ya en el II Imperio los Abercorn mostraron en un baile de las Tullerías
en París la perla al inefable Talleyrand.
Esta sucesión de propietarios parece confirmarse por Lord Frederic
Hamilton, quien en su libro «Here, There and Everywhere»
cuenta cómo cierto día, llegó el príncipe
Luis Napoleón (futuro Napoleón III), que estaba exiliado
en Inglaterra, a visitar a su padre y le hizo la confidencia de que
se encontraba en apurada situación económica, rogándole
le diera el nombre de algún joyero honrado que pudiera pagarle
por la «Peregrina» el precio que el quería, extrayendo
de su bolsillo la joya. El que luego ostentaría el título
de Duque de Abercorn, después de examinarla, abrió sin
decir palabra una gaveta, tomó un talonario de cheques, extendió
uno y lo ofreció silenciosamente al Príncipe. Aquella
misma tarde, le regaló la joya a lady Abercorn, la cual la perdió
en varias ocasiones debido a que no se quiso taladrar, aunque tuvo la
fortuna de recuperarla siempre.
Un
documento clarificador
Hasta aquí la historia conocida. También se sabía,
por referencias más o menos fiables, que el Rey Alfonso XIII
había querido adquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarca parecía lógico, pues se trataba de recuperar
una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona Española,
pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en
Es
sabido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de la Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como hemos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de María Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Peregrina»,
junto a otras perlas similares que figuran en los inventarios posteriores,
permaneció en palacio durante los reinados de Fernando VI, Carlos
III y Carlos IV, quienes la usaron repetidas veces.
La Guerra de la Independencia provocó el saqueo de las joyas
existentes en el Palacio de Madrid. Nos quedan referencias de aquel
expolio gracias al exhaustivo inventario entregado al conde de Cabarrús
por Juan Fulgosio, y que lleva fecha del 8 de mayo de 1808. En el se
describe con gran precisión la perla así como su montura
y sirve para conocer como, hasta aquel momento, no habían desaparecido
joyas importantes de la colección regia. El monto total superará
los 22 millones de reales. Pero, desgraciadamente, podemos asegurar
que entonces la «Peregrina» salió de España.
Las razones de aquella salida hay que encontrarlas en el encargo que,
nada más llegar a España, ordenó el rey intruso,
José I, a su mayordomía mayor para que hiciera entrega
al ministro de Hacienda, conde de Cabarrús, de las joyas de la
Corona Española. En un inventario, fechado en Madrid, el 30 de
julio de ese mismo año, y guardado en los Archivos Nacionales
Franceses, figura una relación de todas aquellas joyas en la
que aparecen tanto «El Estanque» como «La Peregrina».
Según este mismo documento, el propio ministro Cabarrús
entregó las joyas al ayuda de Cámara de José Bonaparte,
Cristóbal Chinvelli, quien las hizo llegar a Julia Clary, consorte
del rey José, en París.
Cuando el ex rey José volvió a Francia en los años
40, tras su estancia en Estados Unidos, mantenía aun en su poder
la perla que figuraba al fallecer entre sus propiedades en 1844. Según
parece, dispuso que se la hiciesen llegar a su cuñada la ex reina
Hortensia de Holanda con objeto de que sirviese para sufragar las actividades
políticas de su hijo, el futuro Napoleón III, quien posiblemente
la vendió hacia 1848 al entonces Marqués de Abercorn,
convertido poco después en primer Duque de este título.
Ya en el II Imperio los Abercorn mostraron en un baile de las Tullerías
en París la perla al inefable Talleyrand.
Esta sucesión de propietarios parece confirmarse por Lord Frederic
Hamilton, quien en su libro «Here, There and Everywhere»
cuenta cómo cierto día, llegó el príncipe
Luis Napoleón (futuro Napoleón III), que estaba exiliado
en Inglaterra, a visitar a su padre y le hizo la confidencia de que
se encontraba en apurada situación económica, rogándole
le diera el nombre de algún joyero honrado que pudiera pagarle
por la «Peregrina» el precio que el quería, extrayendo
de su bolsillo la joya. El que luego ostentaría el título
de Duque de Abercorn, después de examinarla, abrió sin
decir palabra una gaveta, tomó un talonario de cheques, extendió
uno y lo ofreció silenciosamente al Príncipe. Aquella
misma tarde, le regaló la joya a lady Abercorn, la cual la perdió
en varias ocasiones debido a que no se quiso taladrar, aunque tuvo la
fortuna de recuperarla siempre.
Un
documento clarificador
Hasta aquí la historia conocida. También se sabía,
por referencias más o menos fiables, que el Rey Alfonso XIII
había querido adquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarca parecía lógico, pues se trataba de recuperar
una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona Española,
pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en «Las joyas de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrin
Es
sabido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de la Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como hemos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de María Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Peregrina»,
junto a otras perlas similares que figuran en los inventarios posteriores,
permaneció en palacio durante los reinados de Fernando VI, Carlos
III y Carlos IV, quienes la usaron repetidas veces.
La Guerra de la Independencia provocó el saqueo de las joyas
existentes en el Palacio de Madrid. Nos quedan referencias de aquel
expolio gracias al exhaustivo inventario entregado al conde de Cabarrús
por Juan Fulgosio, y que lleva fecha del 8 de mayo de 1808. En el se
describe con gran precisión la perla así como su montura
y sirve para conocer como, hasta aquel momento, no habían desaparecido
joyas importantes de la colección regia. El monto total superará
los 22 millones de reales. Pero, desgraciadamente, podemos asegurar
que entonces la «Peregrina» salió de España.
Las razones de aquella salida hay que encontrarlas en el encargo que,
nada más llegar a España, ordenó el rey intruso,
José I, a su mayordomía mayor para que hiciera entrega
al ministro de Hacienda, conde de Cabarrús, de las joyas de la
Corona Española. En un inventario, fechado en Madrid, el 30 de
julio de ese mismo año, y guardado en los Archivos Nacionales
Franceses, figura una relación de todas aquellas joyas en la
que aparecen tanto «El Estanque» como «La Peregrina».
Según este mismo documento, el propio ministro Cabarrús
entregó las joyas al ayuda de Cámara de José Bonaparte,
Cristóbal Chinvelli, quien las hizo llegar a Julia Clary, consorte
del rey José, en París.
Cuando el ex rey José volvió a Francia en los años
40, tras su estancia en Estados Unidos, mantenía aun en su poder
la perla que figuraba al fallecer entre sus propiedades en 1844. Según
parece, dispuso que se la hiciesen llegar a su cuñada la ex reina
Hortensia de Holanda con objeto de que sirviese para sufragar las actividades
políticas de su hijo, el futuro Napoleón III, quien posiblemente
la vendió hacia 1848 al entonces Marqués de Abercorn,
convertido poco después en primer Duque de este título.
Ya en el II Imperio los Abercorn mostraron en un baile de las Tullerías
en París la perla al inefable Talleyrand.
Esta sucesión de propietarios parece confirmarse por Lord Frederic
Hamilton, quien en su libro «Here, There and Everywhere»
cuenta cómo cierto día, llegó el príncipe
Luis Napoleón (futuro Napoleón III), que estaba exiliado
en Inglaterra, a visitar a su padre y le hizo la confidencia de que
se encontraba en apurada situación económica, rogándole
le diera el nombre de algún joyero honrado que pudiera pagarle
por la «Peregrina» el precio que el quería, extrayendo
de su bolsillo la joya. El que luego ostentaría el título
de Duque de Abercorn, después de examinarla, abrió sin
decir palabra una gaveta, tomó un talonario de cheques, extendió
uno y lo ofreció silenciosamente al Príncipe. Aquella
misma tarde, le regaló la joya a lady Abercorn, la cual la perdió
en varias ocasiones debido a que no se quiso taladrar, aunque tuvo la
fortuna de recuperarla siempre.
Un
documento clarificador
Hasta aquí la historia conocida. También se sabía,
por referencias más o menos fiables, que el Rey Alfonso XIII
había querido a
Es
sabido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de la Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como hemos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de María Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Peregrina»,
junto a otras perlas similares que figuran en los inventarios posteriores,
permaneció en palacio durante los reinados de Fernando VI, Carlos
III y Carlos IV, quienes la usaron repetidas veces.
La Guerra de la Independencia provocó el saqueo de las joyas
existentes en el Palacio de Madrid. Nos quedan referencias de aquel
expolio gracias al exhaustivo inventario entregado al conde de Cabarrús
por Juan Fulgosio, y que lleva fecha del 8 de mayo de 1808. En el se
describe con gran precisión la perla así como su montura
y sirve para conocer como, hasta aquel momento, no habían desaparecido
joyas importantes de la colección regia. El monto total superará
los 22 millones de reales. Pero, desgraciadamente, podemos asegurar
que entonces la «Peregrina» salió de España.
Las razones de aquella salida hay que encontrarlas en el encargo que,
nada más llegar a España, ordenó el rey intruso,
José I, a su mayordomía mayor para que hiciera entrega
al ministro de Hacienda, conde de Cabarrús, de las joyas de la
Corona Española. En un inventario, fechado en Madrid, el 30 de
julio de ese mismo año, y guardado en los Archivos Nacionales
Franceses, figura una relación de todas aquellas joyas en la
que aparecen tanto «El Estanque» como «La Peregrina».
Según este mismo documento, el propio ministro Cabarrús
entregó las joyas al ayuda de Cámara de José Bonaparte,
Cristóbal Chinvelli, quien las hizo llegar a Julia Clary, consorte
del rey José, en París.
Cuando el ex rey José volvió a Francia en los años
40, tras su estancia en Estados Unidos, mantenía aun en su poder
la perla que figuraba al fallecer entre sus propiedades en 1844. Según
parece, dispuso que se la hiciesen llegar a su cuñada la ex reina
Hortensia de Holanda con objeto de que sirviese para sufragar las actividades
políticas de su hijo, el futuro Napoleón III, quien posiblemente
la vendió hacia 1848 al entonces Marqués de Abercorn,
convertido poco después en primer Duque de este título.
Ya en el II Imperio los Abercorn mostraron en un baile de las Tullerías
en París la perla al inefable Talleyrand.
Esta sucesión de propietarios parece confirmarse por Lord Frederic
Hamilton, quien en su libro «Here, There and Everywhere»
cuenta cómo cierto día, llegó el príncipe
Luis Napoleón (futuro Napoleón III), que estaba exiliado
en Inglaterra, a visitar a su padre y le hizo la confidencia de que
se encontraba en apurada situación económica, rogándole
le diera el nombre de algún joyero honrado que pudiera pagarle
por la «Peregrina» el precio que el quería, extrayendo
de su bolsillo la joya. El que luego ostentaría el título
de Duque de Abercorn, después de examinarla, abrió sin
decir palabra una gaveta, tomó un talonario de cheques, extendió
uno y lo ofreció silenciosamente al Príncipe. Aquella
misma tarde, le regaló la joya a lady Abercorn, la cual la perdió
en varias ocasiones debido a que no se quiso taladrar, aunque tuvo la
fortuna de recuperarla siempre.
Un
documento clarificador
Hasta aquí la historia conocida. También se sabía,
por referencias más o menos fiables, que el Rey Alfonso XIII
había querido adquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarc
Es
sabido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de la Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como hemos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de María Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Peregrina»,
junto a otras perlas similares que figuran en los inventarios posteriores,
permaneció en palacio durante los reinados de Fernando VI, Carlos
III y Carlos IV, quienes la usaron repetidas veces.
La Guerra de la Independencia provocó el saqueo de las joyas
existentes en el Palacio de Madrid. Nos quedan referencias de aquel
expolio gracias al exhaustivo inventario entregado al conde de Cabarrús
por Juan Fulgosio, y que lleva fecha del 8 de mayo de 1808. En el se
describe con gran precisión la perla así como su montura
y sirve para conocer como, hasta aquel momento, no habían desaparecido
joyas importantes de la colección regia. El monto total superará
los 22 millones de reales. Pero, desgraciadamente, podemos asegurar
que entonces la «Peregrina» salió de España.
Las razones de aquella salida hay que encontrarlas en el encargo que,
nada más llegar a España, ordenó el rey intruso,
José I, a su mayordomía mayor para que hiciera entrega
al ministro de Hacienda, conde de Cabarrús, de las joyas de la
Corona Española. En un inventario, fechado en Madrid, el 30 de
julio de ese mismo año, y guardado en los Archivos Nacionales
Franceses, figura una relación de todas aquellas joyas en la
que aparecen tanto «El Estanque» como «La Peregrina».
Según este mismo documento, el propio ministro Cabarrús
entregó las joyas al ayuda de Cámara de José Bonaparte,
Cristóbal Chinvelli, quien las hizo llegar a Julia Clary, consorte
del rey José, en París.
Cuando el ex rey José volvió a Francia en los años
40, tras su estancia en Estados Unidos, mantenía aun en su poder
la perla que figuraba al fallecer entre sus propiedades en 1844. Según
parece, dispuso que se la hiciesen llegar a su cuñada la ex reina
Hortensia de Holanda con objeto de que sirviese para sufragar las actividades
políticas de su hijo, el futuro Napoleón III, quien posiblemente
la vendió hacia 1848 al entonces Marqués de Abercorn,
convertido poco después en primer Duque de este título.
Ya en el II Imperio los Abercorn mostraron en un baile de las Tullerías
en París la perla al inefable Talleyrand.
Esta sucesión de propietarios parece confirmarse por Lord Frederic
Hamilton, quien en su libro «Here, There and Everywhere»
cuenta cómo cierto día, llegó el príncipe
Luis Napoleón (futuro Napoleón III), que estaba exiliado
en Inglaterra, a visitar a su padre y le hizo la confidencia de que
se encontraba en apurada situación económica, rogándole
le diera el nombre de algún joyero honrado que pudiera pagarle
por la «Peregrina» el precio que el quería, extrayendo
de su bolsillo la joya. El que luego ostentaría el título
de Duque de Abercorn, después de examinarla, abrió sin
decir palabra una gaveta, tomó un talonario de cheques, extendió
uno y lo ofreció silenciosamente al Príncipe. Aquella
misma tarde, le regaló la joya a lady Abercorn, la cual la perdió
en varias ocasiones debido a que no se quiso taladrar, aunque tuvo la
fortuna de recuperarla siempre.
Un
documento clarificador
Hasta aquí la historia conocida. También se sabía,
por referencias más o menos fiables, que el Rey Alfonso XIII
había querido adquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarca parecía lógico, pues se trataba de recuperar
una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona Española,
pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en «Las joy
Es
sabido que en España, desde la Guerra de la Independencia, no
hay joyas de la Corona, es decir, joyas vinculadas a la Institución.
Todas las joyas que hoy poseen los Reyes son exclusivamente bienes privados.
No hay tampoco joyas previstas para la coronación porque en España
no hay tal, sino proclamación. Únicamente perduran en
palacio una corona tumular y un llamado cetro -en relaidad un bastón
de mando- que ha presidido las juras en las Cortes, desde Isabel II
hasta Don Juan Carlos.
Pero el codicilo testamentario de Victoria Eugenia sitúa en primer
plano las ocho piezas descritas al vincular su propiedad, ya por tres
generaciones al Jefe de la Casa. Efectivamente, don Juan recibió
aquellas joyas que, tras la renuncia a sus derechos históricos,
pasaron a Don Juan Carlos y que hemos podido ver en numerosas ocasiones
lucir a Doña Sofía. Parece lógico que estas ocho
joyas pasen a propiedad de Don Felipe cuando sea Rey y que su prometida,
doña Letizia, pueda lucirlas cuando sea Reina.
Como hemos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de María Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Pea querido adquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarca parecía lógico, pues se trataba de recuperar
una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona Española,
pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en «Las joyas de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrina»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta).as de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrina»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta).pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en «Las joyas de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrina»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta).dquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarca parecía lógico, pues se trataba de recuperar
una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona Española,
pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en «Las joyas de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrina»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta).a»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta). «Las joyas de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrina»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta).emos visto, la mayoría de ellas proceden de la herencia
de Alfonso XIII salvo el collar de perlas, que es de María Cristina,
y el broche de perlas que sería de la Infanta Isabel, la «Chata».
Hay sin embargo también una pieza que incluye la perla «Peregrina»
y cuya descripción e historia merece capítulo aparte.
La
perla «Peregrina»
No es la joya más valiosa de la colección real española,
ni siquiera la de apariencia más brillante, pero no hay en todo
el conjunto real, ni posiblemente en toda la historia de la joyería,
una pieza que haya dado lugar a tanta literatura como esta perla, en
forma de pera, llamada desde antiguo la «Peregrina».
Sus orígenes, como corresponde a toda pieza valiosa, se pierden
en la nebulosa de la leyenda, leyenda que comienza cuando la encuentran,
en Panamá, en el siglo XVI. La primera referencia documentada,
según cuenta el profesor Hernández Talavera, la sitúa
en Sevilla en 1580, cuando llega a la capital hispalense don Diego de
Tebes, Alguacil Mayor de Panamá, quien ofreció la perla
a Felipe II. Según queda constancia escrita, pesaba 58 kilates
y medio. Al morir el Rey Prudente, su testamentaría la describe
así: «Una perla pinjante en forma de pera de buen color
y buen agua, con un pernito de oro por remate, esmaltado de blanco,
que con él pesa 71 quilates y medio (...). Compróse por
el Consejo Real de las Indias de don Diego de Tebes en 9.000 ducados.
Tasóse por Francisco Reynalte y Pedro Cerdeño, plateros
de oro y lapidarios del Rey nuestro señor, en 8.748 ducados (...)
. Tiénela la Reyna, nuestra señora...»
En un inventario del siglo XVII, vuelve a aparecer la perla formando
parte de un joyel de oro labrado, de relieve, con figuras y frutas,
que, con su caja, pesaba 33 castellanos y estaba valorado en 714. 650
maravedíes. Este joyel fue ostentado por diversas reinas de la
dinastía austríaca y, en tiempos de Carlos II, tanto la
«Peregrina» como el Estanque, se vincularon a la Corona
habiendo permanecido hasta entonces como bienes libres de los monarcas.
Saqueo
en Palacio
Aunque Mesonero Romanos llegó a decir que se había quemado
en el incendio del Alcázar de 1734, la «Peregrina»,
junto a otras perlas similares que figuran en los inventarios posteriores,
permaneció en palacio durante los reinados de Fernando VI, Carlos
III y Carlos IV, quienes la usaron repetidas veces.
La Guerra de la Independencia provocó el saqueo de las joyas
existentes en el Palacio de Madrid. Nos quedan referencias de aquel
expolio gracias al exhaustivo inventario entregado al conde de Cabarrús
por Juan Fulgosio, y que lleva fecha del 8 de mayo de 1808. En el se
describe con gran precisión la perla así como su montura
y sirve para conocer como, hasta aquel momento, no habían desaparecido
joyas importantes de la colección regia. El monto total superará
los 22 millones de reales. Pero, desgraciadamente, podemos asegurar
que entonces la «Peregrina» salió de España.
Las razones de aquella salida hay que encontrarlas en el encargo que,
nada más llegar a España, ordenó el rey intruso,
José I, a su mayordomía mayor para que hiciera entrega
al ministro de Hacienda, conde de Cabarrús, de las joyas de la
Corona Española. En un inventario, fechado en Madrid, el 30 de
julio de ese mismo año, y guardado en los Archivos Nacionales
Franceses, figura una relación de todas aquellas joyas en la
que aparecen tanto «El Estanque» como «La Peregrina».
Según este mismo documento, el propio ministro Cabarrús
entregó las joyas al ayuda de Cámara de José Bonaparte,
Cristóbal Chinvelli, quien las hizo llegar a Julia Clary, consorte
del rey José, en París.
Cuando el ex rey José volvió a Francia en los años
40, tras su estancia en Estados Unidos, mantenía aun en su poder
la perla que figuraba al fallecer entre sus propiedades en 1844. Según
parece, dispuso que se la hiciesen llegar a su cuñada la ex reina
Hortensia de Holanda con objeto de que sirviese para sufragar las actividades
políticas de su hijo, el futuro Napoleón III, quien posiblemente
la vendió hacia 1848 al entonces Marqués de Abercorn,
convertido poco después en primer Duque de este título.
Ya en el II Imperio los Abercorn mostraron en un baile de las Tullerías
en París la perla al inefable Talleyrand.
Esta sucesión de propietarios parece confirmarse por Lord Frederic
Hamilton, quien en su libro «Here, There and Everywhere»
cuenta cómo cierto día, llegó el príncipe
Luis Napoleón (futuro Napoleón III), que estaba exiliado
en Inglaterra, a visitar a su padre y le hizo la confidencia de que
se encontraba en apurada situación económica, rogándole
le diera el nombre de algún joyero honrado que pudiera pagarle
por la «Peregrina» el precio que el quería, extrayendo
de su bolsillo la joya. El que luego ostentaría el título
de Duque de Abercorn, después de examinarla, abrió sin
decir palabra una gaveta, tomó un talonario de cheques, extendió
uno y lo ofreció silenciosamente al Príncipe. Aquella
misma tarde, le regaló la joya a lady Abercorn, la cual la perdió
en varias ocasiones debido a que no se quiso taladrar, aunque tuvo la
fortuna de recuperarla siempre.
Un
documento clarificador
Hasta aquí la historia conocida. También se sabía,
por referencias más o menos fiables, que el Rey Alfonso XIII
había querido adquirir la famosa perla para regalársela
a su futura esposa, la princesa Victoria de Battenberg. El interés
del Monarca parecía lógico, pues se trataba de recuperar
una joya histórica vinculada durante siglos a la Corona Española,
pero no existían documentos que confirmasen este interés.
Pues bien, en el archivo del Palacio Real de Madrid se conserva un documento,
fechado el 24 de octubre de 1914, y que ha sido publicado por vez primera
en «Las joyas de las Reinas de España», escrito por
quien firma estas líneas y por José Luis Sampedro, en
el que un representante de la joyería londinense R. G. Hennell
& Sons da cuenta al Rey de España de que la perla «Peregrina»
que ha comprado su firma a la familia Abercorn en 35.000 libras, se
encontraba todavía depositada en un banco. La carta, acompañada
de un interesante informe fotográfico, confirma, no sólo
el interés del Monarca por la pieza sino que los joyeros ingleses
ya intentaban vender la joya en aquellas fechas.
Duelo
de «Peregrinas»
No habiéndose llegado a culminar su venta al Rey de España
por las elevadas pretensiones económicas de R. G. Hennell &
Sons, la «Peregrina» fue vendida al multimillonario Judge
Geary, de quien, en 1917, la adquirió Henry Huntingdon. El 23
de enero de 1969, como lote número 129, la galería Parke
Bernet de Nueva York subastó «una de las perlas de mayor
significado histórico en el mundo» que identificaban con
la «Peregrina» y que, al parecer, procedía de los
Duques de Abercorn. La subasta había despertado una enorme expectación,
pero la mayoría de los que pujaron se detuvieron en los 15.000
dólares. Hasta los 20.000 llegó Don Alfonso de Borbón
Dampierre quien, en contra de lo que manifestó su abuela por
aquellos días, estaba convencido de la autenticidad de la pieza
y quería adquirirla, según declaró después
de la subasta, para regalársela a Victoria Eugenia. El actor
británico Richard Burton, representado por su abogado Arron R.
Frosch, la compró por 37.000 dólares, es decir, 2.590.000
pesetas de la época, y se la regaló el 27 de febrero a
su entonces esposa, la actriz Elizabeth Taylor, con motivo de su trigésimo
séptimo cumpleaños.
Al día siguiente de la subasta, el Duque de Alba, don Luis Martínez
de Irujo, a la sazón Jefe de la Casa de la Reina Victoria Eugenia
de España, convocó a la prensa en Lausana. El comunicado,
dictado por la Soberana, explicaba que la perla vendida en Nueva York
no era la auténtica «Peregrina», toda vez que ésta
era propiedad de su Augusta Señora, quien la había recibido
de Alfonso XIII con motivo de su boda. La rueda de prensa se completó
con la exhibición de la joya. La noticia fue acogida con escepticismo
por los especialistas y expresamente desmentida por la Casa de Subastas.
La perla exhibida por el Duque de Alba será la misma que Doña
Victoria Eugenia legará en su testamento a su hijo Don Juan,
Conde de Barcelona, y que en 1977, con motivo de la renuncia de sus
derechos dinásticos, éste transmitirá a su hijo
Don Juan Carlos. Desde entonces, Doña Sofía la ha lucido
en múltiples ocasiones. Hoy algunos de los más cercanos
colaboradores de la Reina-su secretario José Cabrera y el que
fuera Jefe de Protocolo, Alberto Escudero- han identificado también
erróneamente esta perla con la Peregrina.
Según mi opinión, compartida con José Luis Sampedro,
esta perla no ha de ser otra que la que el Rey Alfonso XIII regaló
a Doña Victoria Eugenia con motivo de sus esponsales, colgando
de un broche en forma de lazo de brillantes, realizado por la joyería
Ansorena. Aquella perla pesaba 218, 75 gramos y su colgante se remodeló
pocos años después para adaptarlo tanto a un collar de
perlas de la Reina como a otro broche de forma circular con brillantes.
Perla magnífica, sí, pero no la «Peregrina».
Punto que vendría confirmado por doña Evelia Fraga, viuda
del famoso joyero madrileño Ansorena, quien en una entrevista
se refirió a la «Peregrina» en los siguientes términos:
«Mi marido conocía pieza por pieza todo el joyero de la
Reina Victoria Eugenia, y puedo asegurarle categóricamente que
nunca vio esa perla. La Reina tenía, eso sí, varias perlas
en forma de pera, mas ninguna era la conocida por ese nombre».
Fernado
Rayón es coautor, junto a José Luis Sanpedro, de «Las
joyas de las reinas de España» (Ed. Planeta).