Soy el Año Nuevo, vengo a ti puro e inmaculado; acabo de salir de las manos de Dios. Cada día es una perla de gran precio que te es concedida para que la ensartes en el hilo de plata de la vida. Una vez ensartada, ya no puede desenhebrarse jamás; queda allí como un testimonio inmortal de tu fe y de tu destreza. Debes fundir entonces, cada minuto, como eslabón dorado a la cadena eterna de las horas.
En tus manos te han sido entregados riqueza y poder para hacer de tu vida lo que quieras. Te doy, libremente y sin reservas, doce meses gloriosos de lluvia refrescante como una caricia y de luz de sol con fulgores de oro. Los días, para trabajar y recrearte en la belleza de las cosas; las noches, para que duermas con un sueño tranquilo. Todo lo que tengo te lo doy con amor que no puede definirse.
Todo lo que te pido es que no permitas que nadie profane tu fe ni oscurezca tu visión.
De los cuatro Evangelios, solo Mateo nos cuenta este pasaje, cuando en tiempos de Herodes III el Grande, y habiendo nacido Jesús en Belén de Judea, llegaron allí en busca del Rey de los Judíos unos (magusàioi) venidos desde Oriente, siguiendo una “estrella” que les guiaba por el camino.
En tiempos del nacimiento de Jesucristo, losmagusàioi eran adivinos y astrólogos, de origen caldeo, es decir, del área sirio-mesopotámica, lo que desde Judea suponía el Este geográfico. Así las cosas, el término magusàioi designaba a los que practicaban la antigua ciencia de los Magû, tribu seguidora de Zaratrusta, que reunía las prácticas mágicas, astrológicas o adivinatorias del mundo persa.
El oro, el incienso y la mirra nos llevan hasta la llamada “Ruta del Incienso“, una ruta que se extendía desde el Océano Índico, subiendo por la península Arábiga, trayendo hasta el mediterráneo productos del Asia Central.
La única ruta capaz de traer hasta el portal de Belén esas mercancías.
Lógico es pensar que las mercancías o presentes que le entregaron al Salvador procedían no solo de la ruta propia de distribución de esos productos, sino de su lugar de procedencia como reino.El oro representaba el signo de la divina majestad y de la realeza.
El incienso simbolizaba el sacrificio y la mirraera una representación funeraria, que ponía de manifiesto la fragilidad humana.
San Jerónimo, como pieza clave en la traducción del texto que nos trae la llegada de los reyes magos, habla de “praesepe” o “praesepium”, que podríamostraducir como pesebre, lugar según el cual los Evangelistas indican el objeto sobre el que fue depositado Jesús al nacer.
Es esta la única y misma indicación que dieron los cuatro Evangelistas, localizado en una gruta de Belén, que San Jerónimo visitó en el siglo IV, momento en el que dejaba de estar en manos de los paganos que celebraban allí la fiesta o culto de Atis.
Curiosamente entre estos ritos se incluía la presencia de un buey y un asno.
El pesebre o el lugar de la Natividad, ahora epicentro de la basílica constantiniana de Belén, en la que los peregrinos entraban para rascar, de las paredes, el carbonato cálcico que se convertía en una reliquia conocida como “leche de María“, a la que se concedía el poder de proteger el periodo de lactancia para las madres.
Melchiar, Melchor, era el rey de Nubia y de Arabia. Jaspar, Gaspar, era el rey de Tharsis y de Egriseula. Y Balthasar, Baltasar, rey de Godolia y de Saba.
Hablaban diferentes idiomas, fueron conducidos en dromedarios, por la estrella, que se detuvo tras trece días de camino frente al portal, el lugar del nacimiento del rey de los judíos, el Mesías.
La Estrella les había guiado hasta allí recorriendo un camino sinuoso, extraño… Cuando, terminada su misión, deciden volver la Estrella ha desaparecido, ya no les guiaba.
Melchor murió a los 116 años de edad, Gaspar a los 112, cinco días después que el anterior; y Baltasar a los 109, seis después que Gaspar.Fueron enterrados juntos y mientras la estrella brillaba sobre el cielo, sus cuerpos permanecieron incorruptos.
Un 1 de junio del año 1164 Federico Barbarroja ordenó llevar, desde la iglesia de San Eustorgio de Milán hasta Colonia, las reliquias de los Reyes Magos, es decir, sus cuerpos. Fueron depositados en la iglesia de San Pedro.
Se hallaban en Italia desde el siglo IV, cuando el noble griego Eustorgio había llegado a Milán enviado por Constantino, habiendo sido proclamado obispo y recibiendo como regalo, al parecer por sus bondadosas obras, las reliquias de los Magos de Oriente.
El culto a los Reyes Magos en occidente data del siglo XII. A partir del siglo siguiente comenzaron a desarrollarse representaciones teatrales en torno a su figura.
La Historia, que había sido compuesta por un sinfín de datos más o menos contrastados, fue finalmente escrita entre 1364 y 1374 por Juan de Hidelsheim, un prior carmelita alemán en la Historia Trium Regum, basada en la Historia Scholastica de Pedro Comestore escrita en el lejano siglo XI.