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1 de noviembre de 2022

FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS : ""MEDITEMOS SIN TEMOR"

Venimos de unos tiempos en los que a la muerte se la revestía de unos ropajes fúnebres y se cargaban las tintas sobre un juicio severísimo, al que casi nadie podía resistir y esa fue una pedagogía inadecuada. Se hizo, seguramente, para intimidar a las conciencias, pensando que de esta forma los buenos serían mejores y los malos se arrepentirían, pero el tiempo ha ido mostrando que los efectos han sido otros muy distintos; por eso tendremos que seguir hablando de la muerte, sí, pero de forma más esperanzada, como lo hacían los santos. Noviembre nos invita a darnos una vuelta por la paz de los cementerios y desde allí reflexionar de que no estamos abandonados a nuestra suerte, ni somos presa de un fatal destino, sino que todos estamos llamados a ser hijos de la luz y que nos encontramos en las mejores manos, por ello la muerte puede ser vista como la embajadora de un destino luminoso, más allá de nuestro espacio y nuestro tiempo, que se pierde en el océano de la inmortalidad sin fondo y sin orillas. No son supercherías lo que estoy diciendo sino la expresión de un misterio escatológico que, aunque por el momento no acabamos de comprender, forma parte de nuestro personal existir. Nos lo recordaba muy claramente Benedicto XVI al decir: «También hoy es necesario evangelizar sobre la muerte y la vida eterna, realidades particularmente sujetas a creencias supersticiosas y sincretismos, para que la verdad cristiana no corra el riesgo de mezclarse con mitologías de diferentes tipos». Por experiencia sabemos que nacemos para morir, pero contamos con la promesa del Vencedor de la muerte que recorrió ya este camino, quien nos asegura que morimos para volver a nacer. Se equivocan quienes ven en el cristianismo una religión del miedo y a los cristianos les hacen pasar por unos predicadores de la muerte, al contrario su misión es la de ser embajadores de la vida y de la esperanza al haber sido testigos de la tumba vacía, hecho rigurosamente histórico y comprobado, de donde arranca la Teología Escatológica que da cobertura a las esperanzadoras palabras de Cristo: “ Yo te resucitaré en el día final”. En la fecha señalada para honrar a todos los difuntos, tristemente todos tenemos a alguien que recordar y encontramos el mejor consuelo al pensar que nuestros seres queridos no se fueron para siempre, sino simplemente que nos precedieron en el camino, por lo que esperamos encontrarnos con ellos un día. Esta sigue siendo una creencia generalizada, aunque sean distintos los motivos en los que se funda, puede ser incluso que en muchos casos la motivación poco tenga que ver con la religiosidad, en una sociedad caracterizada por el agnosticismo, pero lo cierto es que todavía seguimos aferrados a una tradición secular que tiene marcados en el calendario estos días otoñales y nostálgicos para dedicar un recuerdo entrañable a nuestros seres queridos, con el convencimiento de que desde alguna parte nos están viendo y siguen en contacto con nosotros. Nos olvidamos por un momento de nuestras ocupaciones cotidianas para volcar en ellos nuestro cariño y aunque no están ya entre nosotros les hablamos como si estuvieran vivos y llevamos flores a su tumba, en una especie de ritual , que nos hace sentir su misteriosa presencia. Este es un fenómeno social que nadie puede discutir. En estos días, nos sentimos más próximos que nunca a los que un día tuvimos a nuestro lado y que ya no están con nosotros. De forma un tanto difusa e imprecisa nos los imaginamos inundados de luz, disfrutando de una paz eterna, al modo de esas representaciones que nos ofrecen quienes dicen haber vuelto a la vida después de haber sentido el abrazo de la muerte. Todas estas creencias arraigadas en el pueblo, nos remite a uno de los dogmas básicos del cristianismo, que nos habla de la resurrección de los muertos, ofreciéndonos pistas más concretas y precisas para vislumbrar el misterio. Nuestra aventura humana según la fe no acaba en la nada, sino en la Casa del Padre como último destino, a la que todos estamos llamados. Ella será la morada eterna para quienes se durmieron en la paz de Dios. Ya no es solamente que un día nos encontraremos con nuestros muertos, hay más, estamos constantemente en línea directa con ellos. Cuando queramos, en este mismo momento, por ejemplo, podemos conectar con ellos y pedirles que nos ayuden, que nos iluminen, que nos consuelen, que nos hagan compañía, que intercedan por nosotros como si fueran nuestros protectores; conocen como nadie nuestra situación y nuestras necesidades y por supuesto su cariño hacia nosotros se aún mayor que el que nos demostraron aquí abajo. Motivo de gozo para los santos de Dios es seguir ayudando a los que quedamos en la tierra, por lo que Sta. Teresita de Lisieux pudo decir:” Yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra”. También nosotros podemos serles útiles pidiendo por ellos en el caso de que necesitaran nuestra ayuda, es lo que la Iglesia conoce como “La Comunión de los Santos” considerado un dogma fundamental, recogido en el Credo y es que en realidad, entre el cielo y la tierra lo que nos separa no es un abismo sino un puente y lo que nosotros llamamos muerte no es más que el tránsito de una ribera a la otra.
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