(DE PICASO:)
El Quijote es la obra maestra de Cervantes
y una de las más admirables creaciones del espíritu humano. Es una
caricatura perfecta de la literatura caballeresca, y sus dos personajes
principales, Don Quijote y Sancho Panza, encarnan los dos tipos del
alma española, el idealista y soñador, que olvida las necesidades de
la vida material para correr en pos de inaccesibles quimeras, y el
positivista y práctico, aunque bastante fatalista. Esta apreciada
joya de la literatura castellana ha sabido conquistar al mundo entero, y
es quizá, con la Biblia, la obra que se ha traducido a más idiomas,
pasando a ser sus personajes, verdaderos arquetipos de categoría
universal.
El Quijote
representa la más alta cima de la creación literaria cervantina y
se sitúa a años luz de su poesía, de su teatro e incluso de las
demás novelas largas, La Galatea y el Persiles incluidas. Aunque él gustara de ofrecérnoslo como "la historia de un hijo seco y avellanado", acaso concebida en la "cárcel", está considerado, a ciencia cierta, como la primera novela universal de todos los tiempos.
Teoría de la novela.
Esa
magnífica concepción de lo literario o de lo narrativo no depende
en absoluto de los preceptos retóricos, como ocurría en el teatro,
ni tampoco de las modas novelescas del momento, como puede constatarse
en La Galatea, pues la "novela" no estaba codificada en las
poéticas del momento y no hay nada anterior parangonable con la
historia del viejo hidalgo: "lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno"
(I, "Prólogo"). Muy al contrario, el diseño emerge de la vida
misma: los planteamientos son fruto, básicamente, de las
cavilaciones del viejo comisario de abastos, experimentado,
desilusionado, cansado, fracasado..., con las fuerzas justas para
apostar por un mundo de ensueño, pero bien consciente de que "los sueños, sueños son". Por eso, la teoría cervantina de la novela -no hay mejor aachementación para el Quijote- se halla diseminada a lo largo y ancho de sus obras y no pasa de una serie asistemática de apreciaciones sueltas.
Resumiendo
mucho, Cervantes concibe la novela como historia poética: no hace
falta atenerse estrictamente a la verdad de los hechos ("las
historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se
llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas tanto son
mejores cuanto son más verdaderas", [Quijote, II, 57]), pero no puede rebasarse nunca la verosimilitud; basta con referir "lo que pudo ser", por disparatado que parezca ("Que entonces la mentira satisface / cuando verdad parece y está escrita / con gracia, que al discreto y simple aplace", [Viaje del Parnaso,
IV]). Y ha de ser parcialmente disparatado, pues la admiración es
el segundo requisito indispensable, respetando siempre el sacrosanto
precepto horaciano del prodesse et delectare:
"Hanse
de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las
leyeren, escribiéndose de suerte que, facilitando los imposibles,
allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren,
suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la
admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer
el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien
consiste la perfeción de lo que se escribe" (Quijote, I, 47).
Además,
habrá que salvaguardar la organicidad del conjunto, bien que
sometida al principio barroco de la unidad en la variedad: "No he
visto ningún libro de caballerías que haga un cuerpo de fábula
entero con todos sus miembros, de manera que el medio corresponda al
principio, y el fin al principio y al medio; sino que los componen
con tantos miembros, que más parece que llevan intención a formar
una quimera o un monstruo que a hacer una figura proporcionada" (Q1,
47). En fin, el decoro lingüístico coronará ese compromiso entre vida y
literatura, aportando una polifonía nunca alcanzada hasta
principios del XVII.
En
todo caso, pues, el punto de partida es épico, incluso
caballeresco, dado que ningún otro género habría soportado la amplitud
de miras perseguida ("porque la escritura desatada destos libros
da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico,
cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas
y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria; que la épica
también puede escrebirse en prosa como en verso", Quijote, I, 47), pero la concepción es radicalmente distinta, incluso paródica: "según
a mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo
de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuentos
disparatados" (Quijote, I, 47). Ahora se trataba de
inventar una épica nueva, aachementada en la realidad más cotidiana y
adobada con la imaginación de un "viejo loco", que estaba llamada a
convertirse, sencillamente, en el patrón de la "novela moderna"http://www.rinconcastellano.com/biblio/renacimiento/index_quijote.
30http://www.leerescuchando.net/don-quijote-de-la-mancha-30
Don Miguel de CERVANTES SAAVEDRA
La exploración sistemática de los archivos, públicos y privados, iniciada en el siglo XVIII y proseguida ininterrumpidamente hasta nuestros días, ha permitido reunir poco a poco una documentación significativa. Sin embargo, todavía quedan muchas oscuridades, que afectan no sólo a la infancia del escritor, sino a varios momentos decisivos de su existencia, como los años que, entre 1597 y 1604, van desde su encarcelamiento en Sevilla hasta su instalación en Valladolid, en vísperas de la publicación de la primera parte del Quijote. Más aún, si tratamos de ir más allá de la mera materialidad de los hechos, resulta que ignoramos todo o casi todo sobre las motivaciones subyacentes a la mayoría de sus decisiones: la partida para Italia en 1569 a los veintidós años; el alistamiento, en 1571, en el ejército de la Santa Liga; el regreso a España, en 1575, frustrado por su captura en manos de piratas argelinos y, tres años después de haber contraído matrimonio en Esquivias, las peregrinaciones por Andalucía, entre 1587 y 1597, del recaudador de abastecimientos e impuestos; por último, tras volver a Madrid en 1608, el retorno definitivo a las letras.
Ello explica -aunque no justifica los abusos- la atención
prestada a sus ficciones, para tratar de suplir las lagunas de nuestra
información, buscando, en un intento algo capcioso, si no un
autor cuyo perfil perdido se nos descubre desde un enfoque indirecto,
al menos todo aquello que sea susceptible de iluminarlo. Pero Cervantes
rara vez se expresa en nombre propio, ya que suele delegar sus poderes
en narradores imaginarios, como Cide Hamete Benengeli en el Quijote,
o nos ofrece, en sus dedicatorias, sus prólogos y su Viaje
del Parnaso, los fragmentos dispersos de un retrato de artista
cuya verdad se sitúa más allá de cualquier verificación
inequívoca.
INFANCIA:
Si bien sabemos, desde mediados del siglo XVIII, cuál fue la patria
de Cervantes -Alcalá de Henares-, así como el día en que
fue bautizado -el 9 de octubre de 1547-, la fecha exacta de su nacimiento no
se ha podido averiguar. Tan sólo se supone que
podría haber sido el 29 de septiembre, día de San Miguel. Más
llamativo resulta, a la hora de situar este acontecimiento en su debida circunstancia,
el hecho de que ocurriese en una fecha clave: ese año, en efecto, desaparecen
Francisco I en Francia y Enrique VIII en Inglaterra, mientras que el emperador
Carlos V, vencedor en Mühlberg de los príncipes protestantes alemanes,
se encuentra en la cumbre de su poder, y en tanto que se inicia una profunda
reforma de la Iglesia Católica, al inaugurarse los trabajos del Concilio
de Trento. En el ámbito propiamente peninsular cabe señalar, en
ese mismo año, dos decisiones premonitorias de las actitudes características
de la España filipina: la promulgación del primer Índice
inquisitorial prohibiendo los libros sediciosos, y, votada por el cabildo de
la catedral de Toledo, la adopción de los primeros Estatutos de limpieza
de sangre.
En este contexto de repliegue, la ascendencia del
escritor ha sido y sigue siendo tema muy controvertido. Aunque se le
tenga por cristiano viejo en el informe preparado a instancias suyas
a su regreso de Argel, nunca presentó la prueba tangible de su
limpieza de sangre. Es cierto que su abuelo paterno, el licenciado Juan
de Cervantes, fue abogado y familiar de la Inquisición, pero
la mujer de éste, Leonor de Torreblanca, pertenecía a
una familia de médicos cordobeses y, como tal, bien pudo tener
alguna «raza» de confeso. En cuanto a Rodrigo, el padre
de Miguel, se casa hacia 1542 con Leonor de Cortinas, perteneciente
a una familia de campesinos oriundos de Castilla la Vieja; pero su modesto
oficio de cirujano itinerante, así como sus constantes vagabundeos
por la península, durante los años de infancia de sus
hijos, no han dejado de suscitar sospechas, llevando a Américo
Castro a considerarlo como converso, mientras otros cervantistas se
negaban a admitir semejante hipótesis.
Así y todo, no debe exagerarse la trascendencia
de esta controversia: caso de probarse algún día que Cervantes
descendiera de cristianos nuevos, este descubrimiento dejaría
intacto todo lo que media -y hay un abismo- entre su visión del
mundo y la de un Mateo Alemán, contemporáneo suyo, y del
que se sabe a ciencia cierta que lo era. El que el símbolo mismo
del genio universal de España fuese un hombre obligado a callar
sus orígenes, quizás ilumine tal o cual aspecto de su
universo mental, pero nunca nos entregará la clave de su creación.
Nacido después de dos hermanas mayores, Andrea
y Luisa, Miguel es el tercero de los cinco hijos que tuvo el cirujano
-si se hace caso omiso de dos más, que murieron en la infancia-.
Un hermano menor, Rodrigo, que compartiría su cautiverio en Argel,
así como una hermana, Magdalena, vendrán luego a completar
el cuadro. De los veinte primeros años de su vida y, más
especialmente, de su formación académica, no se sabe nada
seguro. Tampoco se puede asegurar que compartiera las estancias sucesivas
de su padre, primero en Córdoba y luego en Sevilla:
EL TESTIMONIO DE BERGANZA:
En El coloquio de los perros, no basta para afirmar que Miguel fuera alumno del colegio fundado allí por los Padres Jesuitas:
EL TESTIMONIO DE BERGANZA:
En El coloquio de los perros, no basta para afirmar que Miguel fuera alumno del colegio fundado allí por los Padres Jesuitas:
Este mercader, pues, tenía dos hijos, el uno
de doce y el otro de hasta catorce años, los cuales estudiaban
gramática en el estudio de la Compañía de Jesús;
iban con autoridad, con ayo y con pajes, que les llevaban los libros
y aquel que llaman vademécum. El verlos ir con tanto
aparato, en sillas si hacía sol, en coche si llovía,
me hizo considerar y reparar en la mucha llaneza con que su padre
iba a la Lonja a negociar sus negocios, porque no llevaba otro criado
que un negro, y algunas veces se desmandaba a ir en un machuelo aun
no bien aderezado.
En cambio, se encuentra instalado con su familia en
Madrid en 1566, en un momento en que Felipe II acaba de establecer allí
su Corte.
Tres años después, Cervantes inicia su carrera de escritor con
cuatro composiciones poéticas incluidas por su maestro, el humanista
Juan de López de Hoyos, rector del Estudio de la Villa, en la Relación
oficial que se publica con motivo de la muerte de la reina Isabel de Valois.
En ella el editor le llama «caro y amado discípulo», sin
que esta breve mención nos permita apreciar el grado de estudios alcanzado
por un muchacho que no llegó a matricularse en ninguna Universidad, recibiendo,
en el siglo XVIII, el calificativo, a todas luces inexacto, de «ingenio
lego
LEPANTO:
El mismo año en que esta relación sale de las prensas,
Cervantes se va a Roma: partida repentina, ocasionada tal vez, si hemos
de dar fe a una provisión real encontrada en el siglo XIX en
el Archivo de Simancas, por un duelo en el que resultó herido
Antonio de Sigura, un maestro de obras que pasaría más
tarde a ocupar el cargo de intendente de las construcciones reales.
A juzgar por el contenido del documento, el culpable -un tal Miguel
de Cervantes, estudiante- había huido a Sevilla y era condenado
en rebeldía a que le cortaran públicamente la mano derecha
y a ser desterrado del reino por diez años. Fuese o no autor
de dicha herida, Miguel, quizá recomendado por uno de sus parientes
lejanos, el cardenal Gaspar de Cervantes y Gaete, pasa unos meses en
Roma, al servicio del joven cardenal Acquaviva, como se infiere de sus
posteriores confidencias a Ascanio Colonna, en la dedicatoria a La
Galatea. LEPANTO:
Juntando a esto el efecto de reverencia que hacían
en mi ánimo las cosas que, como en profecía, oí
muchas veces decir de V. S. Ilustrísima al cardenal de Aquaviva,
siendo yo su camarero en Roma [...].
Pero pronto abraza la carrera de las armas, en una fecha incierta,
aunque parece situarse en el verano de 1571, alistándose en la compañía
de Diego de Urbina, en la que ya militaba su hermano Rodrigo. Esta determinación,
tomada en el momento en
que la Armada de la Santa Liga, a las órdenes de don Juan de Austria,
va a hacer frente a la amenaza turca, acrecentada por la conquista de Chipre,
le lleva a embarcarse en la galera Marquesa, llegando a combatir -«muy
valientemente», al decir de sus compañeros- en la batalla de Lepanto.
En esta circunstancia, a pesar de padecer calentura, se niega a «meterse
so cubierta», ya que «más quería morir peleando por
Dios e por su rey»; y, en el puesto de combate que se le asigna -el lugar
del esquife-, situado en la popa del navío y particularmente peligroso,
recibe dos disparos de arcabuz en el pecho, en tanto que un tercero le hace
perder el uso de la mano izquierda; de ahí el sobrenombre que le daría
la posteridad: «El manco de Lepanto». Él mismo evocaría,
orgulloso contra Avellaneda, el suceso en el prólogo al Quijote
de 1615:
Lo que no he podido dejar de sentir es que me note
de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido
el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera
nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión
que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.
Si mis heridas no resplandecen en los ojos de quien las mira, son
estimadas, a lo menos, en la estimación de los que saben dónde
se cobraron; que el soldado más bien parece muerto en la batalla
que libre en la fuga; y es esto en mí de manera, que si ahora
me propusieran y facilitaran un imposible, quisiera antes haberme
hallado en aquella facción prodigiosa que sano ahora de mis
heridas sin haberme hallado en ella.
Una vez recuperado de sus heridas en Mesina, Cervantes toma parte en las acciones
militares llevadas con desigual fortuna, en 1572 y 1573, por don Juan de Austria
en Navarino, Corfú y Túnez. Profundamente marcado por sus años
de Italia, donde transcurre parte de la acción de varias de sus novelas
(Curioso impertinente, Licenciado Vidriera, Persiles y
Sigismunda, etc.), parece haber conservado
especial recuerdo de los meses pasados en Nápoles: allí se le
supone introducido en varios círculos literarios, llegando tal vez a
conocer al pensador antiescólastico Bernardino Telesio, metamorfoseado,
en La Galatea, en la noble y ambigua figura del sacerdote Telesio:
Y, estando en esto, oyeron el claro son de una bocina
que a su diestra mano sonaba, y, volviendo los ojos a aquella parte,
vieron encima de un recuesto algo levantado dos ancianos pastores,
que en medio tenían un antiguo sacerdote, que luego conoscieron
ser el anciano Telesio; [...] solía él convocar todos
los pastores de aquella ribera cuando quería hacerles algún
provechoso razonamiento, o decirles la muerte de algún conoscido
pastor de aquellos contornos, o para traerles a la memoria el día
de alguna solemne fiesta o el de algunas tristes obsequias.
Finalmente, decide regresar a España para conseguir
el premio de sus servicios, con cartas de recomendación de don
Juan y del duque de Sessa. El 26 de septiembre de 1575, la galera El
Sol, en la que había embarcado tres semanas antes, cae en
manos del corsario Arnaut Mamí, no en las inmediaciones de las
Tres Marías, como se pensó hasta hace poco, sino, como
ha demostrado Juan Bautista Avalle Arce, a la altura de las costas catalanas,
no lejos de Cadaqués
CAUTIVERIO:.
CAUTIVERIO:.
Entre
estas hazañas cabe destacar sus cuatro intentos frustrados de evasión,
dos por tierra, y dos por mar, en las cuales siempre quiso asumir la responsabilidad
exclusiva de las acciones. La última vez, en noviembre de 1579, es denunciado
por un dominico oriundo de Extremadura, el doctor Juan Blanco de Paz, y comparece
ante Hazán bajá, rey de Argel, que tenía fama de vengativo
y cruel. Sin embargo, no se le castiga con muerte. La razón que se nos
da -«porque hubo buenos terceros»- tal vez remita a una posible
colaboración en los contactos de paz que los turcos intentaron establecer
entonces con Felipe II, por medio de un renegado esclavón, llamado Agi
Morato, incorporado más tarde por el escritor a sus ficciones.
Finalmente, en tanto que su familia realiza grandes
esfuerzos por conseguir su libertad, es rescatado el 19 de septiembre
de 1580, al precio de 500 ducados, por los Padres Trinitarios
.
RETORNO DE LAS LETRAS
.
RETORNO DE LAS LETRAS
Al volver a Madrid, inicia una vida marcada por varios
episodios íntimos: unos presuntos amores con una tal Ana de Villafranca,
también llamada Ana Franca de Rojas, esposa de un tabernero,
que le dará una hija natural, Isabel, nacida en otoño
de 1584; y, en diciembre del mismo año, su unión por legítimo
matrimonio con Catalina de Salazar, hija de un hidalgo recién
fallecido de Esquivias, tierra de viñedos y olivares. Este casamiento
le lleva a afincarse en el pueblo de su mujer, sin perder por ello contacto
con los medios literarios de la Corte.
Durante estos años, en efecto, se sientan las
bases de una auténtica industria del espectáculo, promovida
por las cofradías de beneficencia que, gracias al producto de
las representaciones, sagradas y profanas, que comanditan, subvienen
en cada ciudad al mantenimiento de hospicios y hospitales. Este impulso,
en el que colaboran las compañías itinerantes de actores,
favorece la construcción en cada ciudad importante de salas permanentes,
los llamados «corrales de comedias». En ellos es donde los
artífices de una tragedia al estilo español -Argensola,
Rey de Artieda, Virués, Juan de la Cueva- tratan de elevarse
por encima de las contingencias de un teatro de puro consumo, para dar
a la escena, amparándose en el ejemplo del «español
Séneca», la dignidad que según ellos le falta.
Cervantes
participa en este esfuerzo que no dio los resultados esperados, con varias piezas,
de entre las cuales dos nos han llegado en copias manuscritas: El trato
de Argel, inspirado en los recuerdos del cautiverio argelino, y la Numancia.
Pero mal se puede apreciar, por falta de testimonios, la acogida que recibieron
del público, a pesar de haber sido representadas, si hemos de creer al
autor, «sin que se les ofreciese ofrenda de pepinos ni de otra cosa arrojadiza».
Por otra parte, se ignora el paradero de las veinte o treinta comedias que Cervantes
declara haber compuesto por aquellos años, limitándose a darnos
el título de diez de estas obras. Pero, sea de ello lo que fuere, el
hecho es que él mismo evocaría, no sin nostalgia y decepción,
aquellos tiempos en el prólogo a Ocho comedias y ocho entremeses,
ya en 1615
COMISIONES ANDALUZAS:
COMISIONES ANDALUZAS:
Proveído con este cargo, recorre los caminos de Andalucía
para proceder a las requisas que le corresponde cumplir, muy mal recibidas por
campesinos ricos y canónigos prebendados, aún más reticentes
después del desastre, en el verano de 1588, de la Armada Invencible.
Deseoso de conseguir un oficio en el Nuevo Mundo, presenta el 21 de mayo de
1590, acompañada con su hoja de servicios, una demanda al Presidente
del Consejo de Indias, destinada al Rey. En ella menciona, entre «los
tres o cuatro que al presente están vaccos», «la contaduría
del nuevo reyno de Granada», la «gobernación de la provincia
de Soconusco en Guatimala», el de «contador de la galeras de Cartagena»
y el de «corregidor de la ciudad de la Paz», concluyendo que «con
qualquiera de estos officios que V. M.
le haga merced, la resçiuirá, porque es hombre auil y suffiçiente
y benemérito para que V. M. le
haga merced». El 6 de junio, el doctor Núñez Morquecho,
relator del Consejo, inserta al margen del documento una negativa expresada
en los siguientes términos: «Busque por acá en que se le
haga merced».
Mientras tanto, a los procedimientos dilatorios que le oponen
sus proveedores, especialmente en Écija y Teba, a la excomunión
fulminada contra él, a petición de algún canónigo
reacio, por el vicario general de Sevilla, al encarcelamiento que le impone,
en 1592, el corregidor de Castro del Río, por venta ilegal de trigo,
se suman las acusaciones de sus adversarios y los abusos de sus ayudantes, hasta
abril de 1594, momento en que se pone fin al complejo sistema de comisiones
iniciado siete años antes.
Por
cierto, como contrapartida de esta penosa experiencia, la fascinación
que ejerce Sevilla sobre Cervantes contribuye a explicar sus prolongadas estancias
a orillas del Guadalquivir, lejos de Esquivias y de su esposa: acumula de esta
forma un rico caudal de experiencias, aprovechado por él en la elaboración
de sus obras de ambiente sevillano, como la comedia de El Rufián
dichoso o, entre las Novelas ejemplares, El Celoso extremeño,
Rinconete y Cortadillo y El coloquio de los perros. Ahora
bien, a falta de datos concretos, difícil se nos hace apreciar el proceso
que lo llevó de la experiencia viva a la creación literaria. Por
lo que se refiere a su actividad de escritor, los pocos indicios de que disponemos
-si se hace caso omiso de la historia del Cautivo, probablemente redactada
hacia 1590 e incluida ulteriormente en la Primera parte del Quijote-
son alguna que otra poesía de circunstancia y el contrato (a todas luces
no cumplido), firmado en 1592 con Rodrigo Osorio, autor de comedias, por el
que se comprometía a componer seis comedias «en los tiempos que
pudiere».
ENCARCELAMIENTO
ENCARCELAMIENTO
En agosto de 1594 se ofrece a Miguel de Cervantes Saavedra que ostenta desde
hace cuatro años un segundo apellido, tomado sin duda de uno de sus parientes
lejanos una nueva comisión que lo lleva a recorrer el reino de Granada,
con el fin de recaudar dos millones y medio de maravedís de atrasos de
cuentas. Al cabo de sucesivas etapas en Guadix, Baza, Motril, Ronda y Vélez-Málaga,
marcadas por enojosas complicaciones, finaliza su gira y regresa a Sevilla.
Es entonces cuando la bancarrota del negociante Simón Freire, en cuya
casa había depositado las cantidades recaudadas, incita a su fiador,
el sospechoso Francisco Suárez Gasco, a pedir su comparecencia. Pero
el juez Vallejo, encargado de notificar esta orden al comisario, lo envía
a la cárcel real de Sevilla, cometiendo, por torpeza o por malicia, un
auténtico abuso de poder.
Esta cárcel que, durante varios meses, le dio ocasión
de un trato prolongado con el mundo variopinto del hampa, verdadera sociedad
paralela con su jerarquía, sus reglas y su jerga, parece ser, con mayor
probabilidad que la de Castro del Río, la misma donde se engendró
el Quijote, si hemos de creer lo que nos dice su autor en el prólogo
a la Primera parte: una cárcel «donde toda incomodidad tiene su
asiento y donde todo triste ruido hace su habitación», y en la
cual bien pudo ver surgir, al menos, la idea primera del libro que ocho años
más tarde le valdría una tardía consagración.
No
conocemos la fecha exacta en que Cervantes recobró la libertad. Pero
conservamos la respuesta del rey a su demanda, por la que se conminaba a Vallejo
soltar al prisionero a fin de que se presentara en Madrid en un plazo de treinta
días. No se sabe si éste cumplió el mandamiento, pero al
parecer, se despide definitivamente de Sevilla en el verano de 1600, en el momento
en que baja a Andalucía la terrible peste negra que, un año antes,
había diezmado Castilla.
Entretanto, el 13 de septiembre de 1598, había muerto
el Rey Prudente, acontecimiento que va a inspirar a nuestro escritor el famoso
soneto al túmulo del rey Felipe II en Sevilla:
«¡Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla!;
porque, ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?
¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!
¡Apostaré que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado
el cielo, de que goza eternamente!».
Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto
lo que dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario miente!».
Y luego encontinente
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
y que diera un doblón por describilla!;
porque, ¿a quién no suspende y maravilla
esta máquina insigne, esta braveza?
¡Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más que un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla,
Roma triunfante en ánimo y riqueza!
¡Apostaré que la ánima del muerto,
por gozar este sitio, hoy ha dejado
el cielo, de que goza eternamente!».
Esto oyó un valentón y dijo: «¡Es cierto
lo que dice voacé, seor soldado,
y quien dijere lo contrario miente!».
Y luego encontinente
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
(Este soneto se consideraba como el mejor de sus escritos y , en tiempos no muy remotos, aprendíamos los españoles,
de memoria en el colegio). Otro poema en quintillas que se le atribuye puntualiza
con notable ironía el desastre financiero que ensombreció los
últimos años del reinado: «Quedar las arcas vacías
/ donde se encerraba el oro / que dicen que recogías, / nos muestra que
tu tesoro / en el cielo lo escondías»
EL INGENIOSO HIDALGO:
EL INGENIOSO HIDALGO:
Como queda dicho, se ignora casi todo de la vida de Cervantes durante aquellos
años decisivos en que se desarrolla el proceso de redacción de
la Primera parte del Quijote. En agosto de 1600 está atestiguada
su presencia en Toledo. En enero de 1602 asiste en Esquivias al bautismo de
una hija de un matrimonio amigo, pocos meses antes de publicarse el último
retoño de los libros de caballerías que tanta acogida tuvieron
en la centuria anterior: el Policisne de Boecia, cuya huella se observa
en una de las historias interpoladas.
En
el verano de 1604, con toda probabilidad, se traslada con su mujer a Valladolid,
elegida por Felipe III como nueva sede del reino, donde se reúne con
sus hermanas y su hija Isabel, residentes hasta entonces en Madrid. Allí
es donde encuentra a un editor en la persona de Francisco de Robles, el propio
hijo de Blas de Robles, que, en otro tiempo, había publicado La Galatea.
Mientras consigue, el 26 de septiembre, el privilegio real que necesitaba, se
difunde la noticia de la próxima publicación de su nuevo libro,
recogida por Lope de Vega en una carta de su puño y letra, y por López
de Úbeda, el autor de La pícara Justina. En los últimos
días de diciembre de 1604, sale el Quijote de las prensas madrileñas
de Juan de la Cuesta, y muy pronto se observan los primeros indicios de su éxito:
en marzo del año siguiente, en el momento en que Cervantes obtiene un
nuevo privilegio, que extiende a Portugal y Aragón el que se le había
concedido para Castilla, se publican en Lisboa dos ediciones piratas y entra
en el telar la segunda edición madrileña, que sale a luz antes
del verano. Mientras tanto, los primeros cargamentos de la princeps
son registrados en Sevilla y enviados a las Indias. Por las mismas fechas, don
Quijote y Sancho aparecen por todas partes en los cortejos, bailes y mascaradas
cuyo pretexto proporciona la actualidad, desfilando en junio en Valladolid,
durante las fiestas dadas en honor del embajador inglés, lord
Howard, con motivo de la ratificación de las paces firmadas el
año anterior con el rey Jacobo I.
Pocos
días después, a finales de junio, ocurre un extraño suceso
en el que aparece mezclado nuestro autor: la muerte violenta de un caballero
de Santiago, Gaspar de Ezpeleta. Herido a consecuencia de un duelo nocturno,
ocurrido en el arrabal donde vivía el escritor con su familia, es recogido
por éste en su casa y fallece dos días después sin haber
confesado el nombre de su agresor. La investigación emprendida por el
alcalde de Corte Villarroel, las deposiciones recogidas en el proceso, conservado
en el archivo de la Real Academia Española, el encarcelamiento, durante
un par de días, del autor del Quijote, a raíz de las
insinuaciones de una vecina en contra de la conducta de sus hermanas y de su
hija, arrojan una curiosa luz sobre la condición y vida del escritor
y de sus familiares.
De la deposición de Andrea de Cervantes se infiere
que, en esos años, su hermano era «un hombre que escribe e trata
negocios, e que por su buena habilidad tiene amigos». Entre estos amigos
figuraban un asentista genovés, Agustín Raggio, vinculado a toda
una red de negociantes italianos establecidos en Génova, Amberes y Madrid,
y un financiero portugués, Simón Méndez, tesorero general
y recaudador mayor de los diezmos de la mar de Castilla y Galicia; también
un gentilhombre de cámara de los reyes Felipe II y Felipe III, Fernando
de Toledo, señor de Higares, implicado en proyectos arbitristas que le
llevarían a gastar de manera dispendiosa sus caudales. No deja de llamar
nuestra atención la «otra cara», si se la puede llamar así,
del autor del Quijote y, más concretamente, el hecho de que
un ex recaudador de impuestos mantuviera relaciones con estos representantes
del mundo de los negocios, algunos de los cuales, debido a sus deudas, tenían
dificultades con la justicia, en una coyuntura marcada por el naufragio de los
mercaderes castellanos y el enriquecimiento espectacular de varios genoveses
En la Villa y Corte
Tras
el regreso de la Corte a Madrid, Cervantes se establece con su familia en el
barrio de Atocha, detrás del hospital de Antón Martín,
donde se le sabe alojado en febrero de 1608. Un año más tarde,
se muda a la calle de la Magdalena, cerca del palacio del duque de Pastrana,
y luego, en 1610, a la calle de León, en lo que se llamaba entonces el
«barrio de las Musas», donde también vivieron, entre otros
escritores, Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Vélez de Guevara. En
los primeros meses de 1612, se traslada a una casa próxima, detrás
del cementerio de San Sebastián, en la calle de las Huertas, «frontera
de las casas donde solía vivir el príncipe de Marruecos».
Por fin, en el otoño de 1615, abandona esta morada por otra, situada
en la esquina de la calle de Francos y de la calle de León.
Durante
aquellos ocho años que le quedan de vida, no se aventura mucho fuera
de la capital, salvo para breves estancias en Alcalá y Esquivias. La
única circunstancia en la que su destino estuvo a punto de tomar otro
rumbo fue, en la primavera de 1610, el nombramiento del conde de Lemos, protector
suyo, como virrey de Nápoles. Cervantes, lo mismo que Góngora,
abrigó el sueño de formar parte de su corte literaria; y de los
indicios sacados por Martín de Riquer de un minucioso examen de los capítulos
que, en la Segunda parte del Quijote, refieren la estancia del caballero
manchego en Barcelona, se infiere que bien pudo el escritor emprender el viaje
a la ciudad condal, en vísperas de la partida de Lemos, para defender
sus pretensiones. Pero no consiguió del secretario del virrey, el poeta
Lupercio Leonardo de Argensola, ni tampoco de su hermano Bartolomé, la
confirmación de sus promesas. Como dirá en el Viaje del Parnaso,
con cierta ironía melancólica:
«Que no me han de escuchar estoy temiendo»,
le repliqué; «y así, el ir yo no importa,
puesto que en todo obedecer pretendo.
Que no sé quién me dice y quién me exhorta
que tienen para mí, a lo que imagino,
la voluntad, como la vista, corta.
Que si esto así no fuera, este camino
con tan pobre recámara no hiciera,
ni diera en un tan hondo desatino.
Pues si alguna promesa se cumpliera
de aquellas muchas que al partir me hicieron,
lléveme Dios si entrara en tu galera.
Mucho esperé, si mucho prometieron,
mas podía ser que ocupaciones nuevas
les obligue a olvidar lo que dijeron.
le repliqué; «y así, el ir yo no importa,
puesto que en todo obedecer pretendo.
Que no sé quién me dice y quién me exhorta
que tienen para mí, a lo que imagino,
la voluntad, como la vista, corta.
Que si esto así no fuera, este camino
con tan pobre recámara no hiciera,
ni diera en un tan hondo desatino.
Pues si alguna promesa se cumpliera
de aquellas muchas que al partir me hicieron,
lléveme Dios si entrara en tu galera.
Mucho esperé, si mucho prometieron,
mas podía ser que ocupaciones nuevas
les obligue a olvidar lo que dijeron.
(III, vv. 175-89)
Varios acontecimientos de índole familiar marcan la
vida del escritor durante esos años: en primer lugar, sus desavenencias
con su hija Isabel y sus dos yernos sucesivos, Diego Sanz y Luis de Molina,
por asuntos de dinero y por la posesión de una casa situada en la calle
de la Montera, cuyo legítimo dueño era un tal Juan de Urbina,
secretario del duque de Saboya, quien, al parecer, mantuvo con Isabel un trato
no exento de sospechas; luego, una sucesión de muertes: la de su hermana
mayor, Andrea, ocurrida súbitamente en octubre de 1609, la de su nieta
Isabel Sanz, seis meses más tarde, y la de Magdalena, su hermana menor,
en enero de 1610.
Tal vez deban relacionarse estos sucesos con un acercamiento
cada vez mayor del escritor a la vida de devoción: en abril de 1609,
se afilia a la Congregación de los Esclavos del Santísimo Sacramento,
sin que sepamos si llegó a acatar las estrictas reglas que ésta
imponía a sus miembros, como ayuno y abstinencia los días prescritos,
asistencia cotidiana a los oficios, ejercicios espirituales y visita de hospitales;
en julio de 1613, se le admite como novicio de la Orden Tercera de San Francisco,
a semejanza de su mujer y de sus hermanas; el 2 de abril de 1616, poco antes
de morir, pronuncia sus votos definitivos.
A primera vista, esta gravitación no concuerda con
las pullas irónicas y las alusiones impertinentes a las cosas de la Iglesia
que recorren los textos cervantinos; parece contradecir su crítica de
ciertas prácticas supersticiosas -observancia formal de los ritos, devoción
interesada en las almas del Purgatorio- habituales entre sus contemporáneos.
En realidad, en este desacuerdo con el tono medio de su época se trasluce
a veces el influjo de determinadas corrientes de pensamiento: pudo proceder
ocasionalmente de la lectura de Erasmo, así como de ciertos aspectos
de la espiritualidad franciscana, muy adicta a la devoción interior;
pero el humanismo de Cervantes, formado muy lejos del polvo de las bibliotecas,
se fraguó en gran parte en la escuela de la vida y de la adversidad.
Por otra parte, en cuanto salimos del terreno de su ideario, es empresa azarosa
la de captar la espiritualidad del autor del Quijote, sabiendo que
ésta hubo de trascender, por definición, las operaciones del entendimiento:
a fin de cuentas, se nos escapa irremediablemente, lo mismo que el «yo»
secreto del creyente que fue Cervantes. Por eso, el fervor que pregona al final
de su vida no ha de interpretarse como una mera precaución frente a los
guardianes de la ortodoxia o una concesión dispensada a sus hermanas.
Por cierto, la Congregación del Santísimo Sacramento, fundada
bajo el doble patrocinio del duque de Lerma y de su tío, el cardenal
de Sandoval, era también una academia literaria a la que asistieron Vicente
Espinel, Quevedo, Salas Barbadillo y Vélez de Guevara, y en la que se
cortejaba a las Musas con la bendición de Nuestro Señor. Pero
las formas que reviste su compromiso se nos aparecen ante todo como el fruto
de una decisión meditada, la de un hombre que trató de unir la
fe y las obras en el crepúsculo de su vida.
El taller cervantino
Ahora bien, lo que más llama nuestra atención, durante estos
años, es el retorno definitivo del escritor a las letras, en un momento
en que su fama empieza a extenderse más allá de los Pirineos.
Participa en las justas literarias que se celebran en la Academia Selvaje, fundada
por don Francisco de Silva y Mendoza, cuyas sesiones tenían lugar en
su palacio de la calle de Atocha y donde, un día de marzo de 1612, Lope
de Vega le pedirá, para leer sus propios versos, unos antojos «que
parecían -según nos dice el Fénix- huevos estrellados».
Mientras, salen a luz nuevas ediciones del Quijote
-en Bruselas en 1607, en Madrid en 1608-, Thomas Shelton pone en el telar The Delightful History of the Valorous and Witty Knigh-Errant Don Quixote of the Mancha, en una sabrosa versión inglesa que aparecerá en 1612.
Por su parte, en 1611, César Oudin comienza a verter el Quijote
a lengua francesa: necesitará cuatro años para rematar su tarea.
Entretanto, Cervantes acaba de componer las doce obras que
van a formar la colección de las Novelas ejemplares: algunas,
con toda probabilidad, fueron escritas en el período de sus comisiones
andaluzas, como Rinconete y Cortadillo y El celoso extremeño,
ya que se incorporaron, en una primera versión, a una miscelánea
compuesta por un racionero de la catedral de Sevilla, Francisco de Porras, para
entretener los ocios de su amo, el cardenal
Niño de Guevara; otras parecen contemporáneas de su estancia en
Valladolid; otras, como La Gitanilla o El coloquio de los Perros,
resultan a todas luces más tardías, a juzgar por las alusiones
que encierran al retorno de la Corte a Madrid o a la hostilidad creciente de
la opinión contra los moriscos, cuya expulsión fue decretada en
1609, pero sin que la cronología de estas obras pueda establecerse de
modo certero. Conseguida la aprobación oficial en julio de 1612, el volumen
sale de las prensas de Juan de la Cuesta en julio del año siguiente,
con una dedicatoria a aquel conde de Lemos al que Cervantes había esperado
acompañar a Italia. Mención especial merece el prólogo,
obra de un escritor cuyo rostro, en su vida, no inspiró a ningún
pintor, pero que se complace en bosquejar un admirable autorretrato:
Tan significativo como este trozo de antología -el
único retrato digno de fe que se conserve del escritor- viene a ser el
modo como Cervantes reivindica en este prólogo su primacía: «Y
más que me doy a entender, y es así -declara- que yo soy el primero
que he novelado en lengua castellana, que las muchas novelas que en ella andan
impresas, todas son traducidas de lenguas extranjeras, y éstas son mías
propias, no imitadas ni hurtadas, y van creciendo en brazos de la estampa».
Efectivamente, lo que se había escrito antes del siglo
XVII en España, eran cuentos y apólogos en la estricta observancia
de las formas canónicas que la Edad Media había legado al Renacimiento,
y según un patrón mantenido por las llamadas patrañas
de Joan Timoneda. Fuera de la singular excepción de la Historia del
Abencerraje y de las cuatro narraciones interpoladas por Mateo Alemán
en su Guzmán de Alfarache, las obras características
del género habían sido importadas de Italia: los cuentos del Boccaccio,
previamente expurgados por la Inquisición romana, y las fábulas
de sus émulos, como las Historias trágicas y ejemplares
de Matteo Bandello o los Hecatommithi de Giraldi Cintio que, en versión
castellana, habían adquirido carta de ciudadanía en España.
Nada
más salir de la imprenta, las novelas cervantinas van a conocer un éxito
fulgurante: mientras se publican en España cuatro ediciones en diez meses,
a las que seguirán veintitrés más al hilo del siglo, los
lectores franceses le rinden un auténtico culto: traducidas en 1615 por
Rosset y D'Audiguier, reeditadas en ocho ocasiones durante el siglo XVII, las
Novelas ejemplares, abiertamente preferidas al Quijote, serán
el libro de cabecera de todos los que presumen de practicar el español.
Contemporáneo de las Novelas es el Viaje
del Parnaso, compuesto «a imitación del de César Caporal
Perusino», cuyo prólogo data de 1613, y que no será publicado
hasta noviembre de 1614. La odisea imaginaria que nos cuenta Cervantes, inspirada
efectivamente en el Viaggio in Parnaso de Cesare Caporali, un escritor
menor oriundo de Perugia, lo lleva desde Madrid hasta Grecia, tras haber embarcado
en Cartagena y costeado Italia. Allí presta ayuda a Apolo para desbaratar
un ejército de veinte mil poetastros, antes de volver a Nápoles
y encontrarse finalmente en Madrid, donde descubre que todo fue un sueño.
Epopeya burlesca de más de tres mil endecasílabos, complementada
por una Adjunta en prosa donde Cervantes nos refiere un supuesto encuentro,
ante su casa de la calle de las Huertas, con un tal Pancracio de Roncesvalles,
el Viaje del Parnaso contiene desde luego partes muertas, y el desfile
de poetas enumerados en él va acompañado de alusiones difíciles
de descifrar. En cambio, resalta lo que nos dice el autor de sus propios escritos,
así como lo que nos deja entrever de sus ideas y preferencias literarias,
al hilo de una peregrinación a las fuentes cargada con el recuerdo de
sus aventuras pasadas. En este espacio remodelado por la memoria emerge poco
a poco un hombre que, más allá de la comprobación lúcida
de sus desilusiones, construye e impone su propio yo a través de sus
contradicciones mismas, en la confluencia de lo vivido y de lo imaginario.
Cervantes
prosigue esta labor creadora en un momento en que la pasión por el teatro,
vivida por él desde la adolescencia, se ha apoderado de España
entera. Tras la reapertura de los corrales, cerrados durante varios meses tras
la muerte de Felipe II, el retorno de la Corte a Madrid había creado
las condiciones para el nuevo impulso que poetas y comediantes, artífices
de una auténtica producción masiva, iban a dar a la farándula.
Respaldado por una cohorte de discípulos, Lope de Vega, con su fecundidad
y su invención, se ha convertido en el ídolo del vulgo y de los
discretos. Atento a guiar la demanda del público, en vez de limitarse
a responder a ella día a día, el Fénix vigila ahora la
publicación de sus comedias, reunidas en Partes, mientras acaba
de ofrecer a la Academia de Madrid las primicias de su Arte nuevo de hacer
comedias, compuesto entre 1605 y 1608, donde declara «hablar en necio»
para enunciar y defender sus innovaciones, subrayando la eficacia de su fórmula.
En 1605, Miguel, por boca del Canónigo y del Cura del Quijote,
le había reprochado, aunque sin nombrarlo, sus complacencias y su facilidad,
dedicando unas frases agridulces a «un felicísimo ingenio de estos
reinos, cuyas comedias, por querer acomodarse al gusto de los representantes,
no han llegado todas, como han llegado algunas, al punto de la perfección
que requieren». Ahora, a juzgar por lo que se nos dice al principio de
la segunda jornada del Rufián dichoso, parece admitir que «los
tiempos mudan las cosas y perfeccionan las artes». Pero no cabe exagerar
el alcance del cambio operado, puesto que «añadir a lo inventado
no es dificultad notable». Y, a la hora de reconocer, al final de su vida,
la manera como Lope supo avasallar y poner «debajo de su jurisdicción
a todos los farsantes», la monarquía ejercida por el Fénix
se le aparece como la de un hábil negociante y el éxito de su
repertorio no tiene, según él, más explicación que
su perfecta adecuación con el gusto reinante.
Las reticencias de Cervantes ante la comedia lopesca nos permiten
entender el rechazo que, desde su regreso a Madrid, recibió de los
profesionales del gremio -los todopoderosos «autores de comedias»-
que se negaron a incorporar a su repertorio las obras que había compuesto
al volver a su «antigua ociosidad». Según vimos más
arriba, queda patente su desilusión, tal como la confiesa con acento
conmovedor en lo que será el prólogo a sus Ocho comedias:
«pensando que aún duraban los siglos donde corrían mis alabanzas,
volví a componer algunas comedias; pero no hallé pájaros
en los nidos de antaño; quiero decir que no hallé autor que me
las pidiese, puesto que sabían que las tenía, y así las
arrinconé en un cofre y las consagré y condené al perpetuo
silencio». Así se nos explica su decisión de prescindir
de los comediantes. El 22 de julio de 1614, en la Adjunta al Parnaso,
había revelado su nuevo designio: en vez de hacer representar sus piezas,
darlas a la imprenta, ofreciéndolas a un público de lectores adictos,
«para que se vea de espacio lo que pasa apriesa, y se disimula, o no se
entiende, cuando las representan». En septiembre de 1615, se cumple esta
insólita determinación que, en contra de los usos establecidos,
invertí a los procedimientos habituales de difusión: el librero
Juan de Villarroel pone en venta un volumen titulado, de modo significativo,
Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados.
Las obras así reunidas se compusieron, al parecer,
en distintos momentos, sin que nos sea posible reconstruir su cronología.
Pero no hay duda de que su publicación las salvó de un irremediable
olvido, en tanto que el admirable prólogo que abre la colección
nos ofrece un testimonio de primera importancia: no sólo sobre el divorcio
de Cervantes con el mundo de la escena, sino sobre la visión que tuvo
del advenimiento de uno de los tres grandes teatros que conoció la Europa
clásica, y sobre la forma en que se resignó a no ser más
que su precursor
AVELLANEDA:.
AVELLANEDA:.
No era la primera vez que un libro de éxito suscitaba
émulos: La Celestina, el Lazarillo de Tormes, la Diana
de Montemayor habían inspirado, en el siglo XVI, continuaciones más
o menos fieles al original. En años más cercanos, Mateo Luján
de Sayavedra había dado a luz una Segunda parte del Guzmán
de Alfarache, mientras Mateo Alemán trabajaba en la finalización
de la suya. Ahora bien, este Quijote apócrifo era producto de
una superchería, corroborada por una cascada de falsificaciones que afectan
a la vez a la aprobación del libro, al permiso de impresión, al
nombre del impresor y al lugar de publicación. Además, el nombre
de Avellaneda no era más que una máscara, detrás de la
cual se escondía un desconocido que, hasta la fecha no se ha podido identificar.
Hace algunos años, Martín de Riquer abrió una pista a partir
de varios indicios -tics de escritura, incorrecciones y torpezas de estilo,
repetidas alusiones al rosario- que denunciarían a Jerónimo de
Pasamonte, soldado y escritor que, en el capítulo 32 de la Primera parte,
parece haber inspirado el personaje del galeote Ginés de Pasamonte, metamorfoseado,
en la Segunda, en Maese Pedro, el famoso titiritero.
De origen aragonés, Jerónimo de Pasamonte habría
puesto su pluma al servicio de Lope de Vega para cortar el camino a Cervantes.
Con todo, como ha mostrado el llorado Edward C.
Riley, esta hipótesis carece de argumentos realmente probatorios. No
obstante, cualquiera que sea la identificación propuesta, el prólogo
de Avellaneda, atribuido por algunos a Lope de Vega, hirió profundamente
a Cervantes, al invitarle a bajar los humos y mostrar mayor modestia, además
de burlarse de su edad y acusarle, sobre todo, de tener «más lengua
que manos», concluyendo con la siguiente advertencia: «Conténtese
con su Galatea y comedias en prosa, que eso son las más de sus
Novelas: no nos canse».
Cervantes contestó con dignidad a estas acusaciones.
Mateo Alemán, en la Segunda parte del Guzmán de Alfarache,
llega a contarnos cómo Mateo Luján roba a Guzmán antes
de hacerse su cómplice y, tras embarcar con él rumbo a Barcelona,
enloquece y se arroja al mar. Nuestro escritor prefirió buscar otro camino:
primero, reivindica en el prólogo su manquedad, nacida, según
adelantamos, «en la más alta ocasión que vieron los siglos
pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros»; luego, en la misma
narración, hace que don Quijote llegue a hojear el libro de Avellaneda,
al coincidir en una venta con dos de sus lectores, decepcionados por las necedades
que acaban de leer; por fin, incorpora a la trama del suyo a don Álvaro
Tarfe, uno de los personajes inventados por el plagiario, dándole oportunidad
para conocer al verdadero don Quijote y comprender que el héroe de Avellaneda
se hizo pasar por otro que él.
Este
último episodio es inmediatamente anterior al fin de las aventuras verdaderas
del caballero. En enero de 1615, quedan concluidos los últimos capítulos
del libro. A finales de octubre, están redactados el prólogo y
la dedicatoria al conde de Lemos. En los últimos días de noviembre
sale a luz la Segunda Parte del Ingenioso Caballero Don Quixote de la Mancha.
Por Miguel de Cervantes, autor de su primera parte: una segunda parte «cortada
del mismo artífice y del mesmo paño que la primera», pero
en un relato «dilatado» de sus nuevas aventuras, es decir prolongado,
llevado hasta su término y, también, ampliado y agrandado; una
segunda parte que llevó la novela a su perfección, asegurándole
una consagración inmediata, confirmada en adelante por la posteridad.
De la fama que Cervantes había llegado entonces a tener,
más allá de los Pirineos, se hace eco una anécdota recogida
en su aprobación por el licenciado Francisco Márquez Torres, uno
de los censores de la Segunda parte. En febrero de 1615, unos caballeros franceses
que acompañaban al embajador Sillery, enviado a España para negociar
la unión de Luis XIII con Ana de Austria, fueron a visitar al cardenal
Sandoval y Rojas, protector de nuestro escritor. Al enterarse de la labor que
Márquez Torres estaba desempeñando, «apenas oyeron el nombre
de Miguel de Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la
estimación que así en Francia como en los reinos sus confinantes
se tenía de sus obras: la Galatea, que alguno dellos tiene casi
de memoria, la primera parte désta, y las Novelas [...]».
«Preguntáronme muy por menor de su edad, su profesión, calidad
y cantidad -prosigue Márquez Torres-. Halléme obligado a decir
que era viejo, soldado, hidalgo y pobre».
Agonía y muerte
Durante los últimos meses de su vida, Cervantes dedica las pocas fuerzas
que le quedan a concluir otra empresa iniciada hace tiempo, quizá durante
el período andaluz, luego suspendida durante años, y que quiere
ahora llevar a su término: Los trabajos de Persiles y Sigismunda,
«historia septentrional» cortada por el patrón de la novela
griega. Ésta había sido exhumada por los humanistas del Renacimiento,
al traducir o adaptar al castellano Teágenes y Cariclea, de
Heliodoro y Leucipe y Clitofonte, de Aquiles Tacio, abriendo a la imaginación
las dos vías de acceso -la de lo insólito y la del azar y de la
sorpresa- a lo que Aristóteles, en su teoría de lo verosímil,
llamaba «lo posible extraordinario».
Tras prometer el Persiles, año tras año,
en el prólogo de las Novelas ejemplares, el Viaje del Parnaso
y la dedicatoria de la Segunda parte del Quijote, Cervantes concluye
su redacción cuatro días antes de su muerte. Será su viuda
la que entregue el manuscrito a Villarroel, quien lo publicará póstumo,
en enero de 1617.
En cambio, no sabemos si Cervantes llegó a concretar
otros proyectos, de los que dan cuenta prólogos y dedicatorias: una comedia,
titulada El engaño a los ojos, una novela, El famoso Bernardo,
una colección de novelas, Las semanas del jardín, sin
olvidar la siempre prometida segunda parte de La Galatea.
Algunas de las anécdotas relativas a sus últimos
momentos deben ser examinadas con precaución. Se sabe, por ejemplo, gracias
a Antonio Rodríguez-Moñino, que la conmovedora carta del 26 de
marzo de 1616, dirigida al cardenal Sandoval y Rojas, es una falsificación.
Por lo que se refiere al viaje de Esquivias a Toledo, referido por Cervantes
en el prólogo del Persiles, así como el encuentro con
un estudiante admirador de su persona, es más bien efecto de una fantasía
literaria si nos atenemos a las circunstancias precisas en que se supone que
tuvo lugar. El 18 de abril, fecha en que recibe los últimos sacramentos,
nuestro escritor se sabe condenado. La sed inextinguible de que él mismo
da cuenta en esta relación parece síntoma de una diabetes, enfermedad
sin remisión en aquella época, más que de la hidropesía
diagnosticada por el supuesto estudiante. Al día siguiente de la ceremonia,
aprovecha un breve respiro para dirigir al conde de Lemos una admirable dedicatoria:
Aquellas coplas antiguas, que fueron en su tiempo celebradas,
que comienzan: Puesto ya el pie en el estribo, quisiera yo no vinieran
tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras
la puedo comenzar, diciendo: Puesto ya el pie en el estribo / Con
las ansias de la muerte, / Gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron la Extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo
es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, llevo
la ida sobre el deseo que tengo de vivir, y quisiera yo ponerle coto hasta
besar los pies a vuesa Excelencia; que podría ser fuese tanto el contento
de ver a vuesa Excelencia bueno en España, que me volviese a dar la
vida. Pero si está decretado que la haya de perder, cúmplase
la voluntad de los cielos, por lo menos sepa vuesa Excelencia este mi deseo.
El 20 de abril, dicta de un tirón el prólogo
del Persiles, y concluye dirigiéndose al lector:
Mi vida se va acabando y al paso de las efemérides
de mis pulsos, que, a más tardar, acabarán su carrera este domingo,
acabaré yo la de mi vida [...]. Adiós gracias; adiós
donaires; adiós, regocijados amigos: que yo me voy muriendo, y deseando
veros presto contentos en la otra vida.
El viernes 22 de abril, Miguel de Cervantes rinde el último
suspiro. Al día siguiente, en los registros de San Sebastián,
su parroquia, se consigna que su muerte ha ocurrido el sábado 23, de
acuerdo con la costumbre de la época, que sólo se quedaba con
la fecha del entierro: como se sabe, es ésta última la que se
conoce hoy en día, y en que se celebra cada año en España
el Día del Libro. Cervantes fue inhumado en el convento de las Trinitarias,
según la regla de la Orden Tercera, con el rostro descubierto y vestido
con el sayal de los franciscanos. Pero sus restos fueron dispersados a finales
del siglo XVII, durante la reconstrucción del convento. En cuanto a su
testamento, se perdió. Quedan las obras del «raro inventor»,
como él mismo se llama en el Viaje del Parnaso, a quien el Quijote
le valió entrar en la leyenda.
osteridad
A los cervantistas de la Ilustración -Mayans y Siscar, Vicente de los
Ríos, Juan Antonio Pellicer- se debe un primer acopio de datos, sacados
en su mayoría de la obra del Manco de Lepanto, a partir de los cuales
van a elaborar una narración de su vida no exenta de errores. Durante
el reinado de Fernando VII, Fernández de Navarrete encuentra y publica
una serie de documentos, profundizando su examen crítico en un alarde
de erudición que se sistematizará en los años posteriores.
Pero, si bien se hace así más densa la trama de los acontecimientos,
el perfil que se bosqueja ahora de Cervantes permanece sin cambiar: para decirlo
con frase de Navarrete, éste se impone como «uno de aquellos hombres
que el cielo concede de cuando en cuando a los hombres para consolarnos de su
miseria y pequeñez». Escritor clásico por antonomasia, trasciende
gustos y modas, sin padecer, como Góngora, Quevedo o Calderón,
la condena del barroco. Así es como llega a encarnar el genio hispano,
en su vertiente nacional y universal, en un momento en que España se
esfuerza en reivindicar el lugar que ha de corresponderle en el concierto de
las naciones civilizadas.
Durante el siglo XIX, en la estela de la escuela romántica
inglesa que se mostró capaz, con Boswell y Carlyle, de abrir nuevos caminos
al género biográfico, se adscribe como finalidad a los cervantistas
la representación auténtica del autor del Quijote, al
que se pretende captar en su totalidad y su intimidad a la vez. En los inicios
de la Restauración expone Ramón León Máinez, en
1876, un proyecto de biografía total. Pero no consigue poner en obra
su ambicioso programa, a falta de poder alcanzar por vía racional la
verdad íntegra de una existencia singular. Tan sólo perdura, como
legado del biografismo romántico, la voluntad de someter la representación
de la vida de Cervantes al imperialismo del testimonio autentificador. Así
es como se hace cada vez más patente, en este proceso de reconstrucción,
el peso de las fuentes, hasta tal punto que, con el triunfo del positivismo
erudito, la pesquisa documental acaba por cobrar plena autonomía. Especial
mención merece, en este particular, la benemérita labor de Cristóbal
Pérez Pastor y de Francisco Rodríguez Marín, en los primeros
años del siglo XX.
.
.
DATOS TOMADOS DE :
:: Biografía
Bibliografía selecta
ASTRANA MARÍN,
Luis, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid:
Reus, 1948-1958 (7 vols.).
CANAVAGGIO,
Jean, «Vida y literatura de Cervantes en el Quijote», en
F. Rico (ed.), Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Barcelona:
Crítica, 1998, t. I, págs. XLI-LXVI.
——,
Cervantes, Madrid: Espasa, 2003 (actualizada).
——,
Cervantes, entre vida y creación, Alcalá de Henares:
Centro de Estudios Cervantinos, 2000.
CLOSE, Anthony,
«Cervantes: Pensamiento, personalidad, cultura», en F. Rico (ed.),
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, págs. LXVII-LXXXVII.
RIQUER, Martín
de, Cervantes en Barcelona, Barcelona: Sirmio, 1989.
——,
Cervantes, Passamonte y Avellaneda, Barcelona: Sirmio, 1988.
SÁNCHEZ,
Alberto, «Revisión del cautiverio cervantino en Argel», Cervantes,
XVII (1997), págs. 7-24.
SLIWA, K.,
Documentos de Miguel de Cervantes Saavedra, Pamplona: Eunsa, 1999.
.........................................................
CAPÍTULOS DEL QUIJOTE:
http://cervantes.uah.es/quijote/httoc.htm
.........................................................
CAPÍTULOS DEL QUIJOTE:
http://cervantes.uah.es/quijote/httoc.htm
BALLET EL QUIJOTE
Capítulo XIX. De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos.
PARA VER EL BALLET ,OS INVITO A PASAR A LA ENTRADA QUE TENGO EN ESTE MISMO BLOG;CON FECHA 29 DE ENERO DEL2012
LA ENTRADA SE LLAMA :EL QUIJOTE ,BALLET
LA ETIQQUETA ::::BASADA EN EL CAPÍTULO XIX
.