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26 de mayo de 2015

V CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE STA TERESA DE JESÚS


  1. Santa Teresa de Jesús
  2. Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como santa Teresa de Jesús o simplemente Teresa de Ávila, fue una religiosa, fundadora de las carmelitas descalzas, rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo, mística y escritora española (Wikipedia)
  3. Fecha de nacimiento28 de marzo de 1515, Gotarrendura
  4. Fecha de la muerte4 de octubre de 1582, Alba de Tormes
  5. HermanosAgustín de Cepeda y Ahumada, ....( 10 en total )







El 28 de marzo de 2015 se cumplirán 500 años del nacimiento de Teresa Sánchez de Cepeda y Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Jesús o Teresa de Ávila. Fue un miércoles para más señas, a las cinco de la mañana como anotó su padre don Alonso Sánchez de Cepeda. Éste, hijo de un judío converso toledano, se había casado en segundas nupcias con la noble castellana doña Beatriz de Ahumada, y había aportado al matrimonio tres hijos de su enlace anterior a los que se sumaron ocho, entre ellos Teresa. «Éramos tres hermanas y nueve hermanos», contó la propia santa, que según ella misma admitía era la favorita de su padre.Es bautizada el 4 abril
Desde muy pequeña muestra interés por las vidas de los Stos y las gestas de caballería
 

Sus dos «fugas»

Cuentan que a los 7 años convenció a su hermano Rodrigo para que se fugase con ella de casa y se fuera con ella a tierra de moros, buscando el martirio. La fracasada intentona hace que jueguen a ser ermitaños,construyendo una cabaña en el huerto de su casa  Da muestra de la religiosidad que marcó su infancia y también de su carácter enérgico y su fuerte voluntad. Su siguiente fuga no se quedaría en intento. En 1535, ante la negativa de su padre para concederle el permiso paterno para ingresar en el convento de las carmelitas de la Encarnación, se iría de casa para tomar los hábitos y hacer los votos. No sin pena, como ella misma relató: «Aquel día, al abandonar mi hogar sentía tan terrible angustia, que llegué a pensar que la agonía y la muerte no podían ser peores de lo que experimentaba yo en aquel momento. El amor de Dios no era suficientemente grande en mí para ahogar el amor que profesaba a mi padre y a mi familia

                                                         ÁVILA Y SUS MURALLAS  
   
 Teresa tenía 20 años.

Entre libros de caballería

Había sido su propio padre, sin embargo, el que primero la llevó a un convento. A los 13 años Teresa se había quedado huérfana de esa madre con quien compartía confidencias, devociones y su gusto por la lectura. De las vidas de santos, había pasado a los libros de caballerías y de en ellos aprendió a galantear con sus primos. «Comencé a pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta», recordaba la propia santa. Su padre, preocupado, decidió entonces internarla en el convento de las Agustinas de Gracia de Ávila, donde se educaban doncellas nobles.
Una grave enfermedad le obligaría a salir del convento. Nada se sabe de esta dolencia a la que la santa solo se refirió con la frase «Dióme una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre». Durante su convalecencia, su tío don Pedro de Cepeda le dio a leer las Epístolas de San Jerónimo que le harían decidirse por tomar los votos y entrar en las carmelitas.
Su madre muere en 1528 contando ella 13 años, y pide entonces a la Virgen que la adopte hija suya. Sin embargo sigue siendo “… enemiguísima de ser monja,” (Vida 2,8), y al ver su padre con malos ojos su relación con su primo, decide internarla en 1531 en el colegio de Gracia, regido por agustinas, donde ella echará de menos a su primo pero se encontrará muy a gusto.
A medida que se hace mayor, la vocación religiosa se le va planteando como una alternativa, aunque en lucha con el atractivo del mundo.
Su hermano Rodrigo parte a América, su hermana María al matrimonio y una amiga suya ingresa en La Encarnación. Con ella mantendrá largas conversaciones que la llevan al convencimiento de su vocación, ingresando, con la oposición de su padre, en 1535.
Dos años después, en 1537, sufre una dura enfermedad, que provoca que su padre la saque de la Encarnación para darle cuidados médicos, pero no mejora y llega a estar 4 días inconsciente, todo el mundo la da por muerta. Finalmente se recupera y puede volver a La Encarnación dos años despues en 1539, aunque tullida por las secuelas, tardará en valerse por sí misma alrededor de 3 años.
Muere su padre en 1544.                            





La vida conventual era entonces muy relajada con cerca de 200 monjas en el monasterio y gran libertad para salir y recibir visitantes. Teresa tenía un vago descontento con este régimen tan abierto, pero estaba muy cómoda en su amplia celda con bonitas vistas, y con la vida social que le permitían las salidas y las visitas en el locutorio.
En la cuaresma del año 1554, contando ella 39 años y 19 como religiosa llora ante un Cristo llagado pidiéndole fuerzas para no ofenderle. Desde este momento su oración mental se llena de visiones y estados sobrenaturales, aunque alternados siempre con periodos de sequedad.
Aunque recibe muchas visiones y experiencias místicas elevadas, es una visión muy viva y terrible del infierno la que le produce el anhelo de querer vivir su entrega religiosa con todo su rigor y perfección, llevándola a la reforma del Carmelo y la primera fundación.
Esta primera fundación será una aventura burocrática y humana con muchos altibajos: su confesor aprueba un día y reprueba otro, el Provincial apoya con entusiasmo, para luego retirarse, y el Obispo que nunca había dudado de Santa Teresa, llegado el momento titubea. En un momento parece que todo fracasa y Teresa, siempre obediente, se retira a su celda sin nada poder hacer, aunque Doña Guiomar de Ulloa y el Padre Ibáñez logran de Roma la autorización.
Por obediencia parte entonces a Toledo varios meses, para consolar a la viuda Luisa de la Cerda. Esta distancia favorecerá los progresos del monasterio de San José de Ávila, que continúan con mayor discreción, a escondidas, a pesar de los rumores. Regresará para encontrarse con el breve del Papa.
Fundado el 24 de Agosto de 1562, encuentra una terrible hostilidad, proveniente de la Iglesia que ve ninguneada su autoridad, se alzan algunas voces pidiendo el derribo del nuevo convento, toda la ciudad está alborotada, y Teresa debe abandonarlo dejando a las cuatro novicias solas, para volver a su celda de La Encarnación. Sólo se podrá incorporar un año después de su fundación, dejando la celda amplia y las comodidades de La Encarnación por las estrecheces de San José de Ávila, pequeño y austero hasta el extremo.
Por mucho tiempo parece que la fundación de la nueva orden tendría sólo este monasterio, hasta que Teresa vuelve a llorar al saber que las necesidades de misiones en América son importantes. Escucha entonces en oración: “…Espera un poco hija, y verás grandes cosas.”, y poco después le llegan instrucciones y autorización para fundar más conventos.
Comienza aquí una intensa actividad de Santa Teresa que sólo termina con su muerte, en la que compaginará el gobierno de su orden, con las fundaciones de nuevos conventos y la redacción de sus libros, sin perder nunca el buen ánimo ni la esperanza, en la confianza de que no era su voluntad lo que estaba cumpliendo y que le llegarían los apoyos que necesitara, como así fue en todo momento.
Fundó en total 17 conventos: Ávila (1562), Medina del Campo (1567), Malagón (1568), Valladolid (1568), Toledo (1569), Pastrana (1569), Salamanca (1570), Alba de Tormes (1571), Segovia (1574), Beas de Segura (1575), Sevilla (1575), Caravaca de la Cruz (1576), Villanueva de la Jara (1580),  Palencia (1580), Soria (1581), Granada (1582) y Burgos (1582), en el año de su muerte.
La fundación de Granada la hizo Ana de Jesús, aunque en vida de la Santa, por lo que no siempre aparece en las enumeraciones.
A  estos conventos hay que sumar el primero del Carmelo masculino que funda con San Juan de la Cruz en Duruelo (1567). Santa Teresa conoció a San Juan de la Cruz en Medina del Campo contando ella 52 años y él 24, y le convenció para unirse a la reforma, olvidando sus planes de retirarse a la cartuja de El Paular.
Regresando de la fundación de Burgos, hace parada en Medina del Campo, pero es requerida en Alba de Tormes por la Duquesa de Alba. Está enferma y agotada. Muere en brazos de Ana de San Bartolomé la noche del 4 de Octubre al 15 de Octubre de 1582 (y esto por coincidir con el cambio del calendario Juliano al Gregoriano).
Muere sin haber publicado ninguna de sus obras, sin haber logrado fundar en Madrid (a pesar de su ilusión), sin haber separado la orden de descalzos de la de calzados y con dudas sobre si sus monasterios se podrían mantener con el espíritu que ella infundió.
Teresa escribió muy poco por iniciativa suya, muchas cartas, alguna poesía y anotaciones. Pero sus obras maestras son fruto de la obediencia a sus superiores, que veían el interés de que escribiera sus experiencias y enseñanzas. Y así comienza todos sus escritos mayores aceptando su encargo con obediencia, pero con notable esfuerzo por su parte.
Escribir le supone un esfuerzo importante, lo hace, en ocasiones, ocupando la otra mano con la rueca, tal y como ella explica: “…  casi hurtando el tiempo y con pena porque me estorbo de hilar y por estar en casa pobre y con hartas ocupaciones”  (Vida 10,7)
La Inquisición vigiló muy de cerca sus escritos temiendo textos que incitaran a seguir el cisma iniciado en Europa, o se alejaran en algún punto de la recta doctrina. Muchos de sus textos están autocensurados, temiendo esta vigilancia. Su manuscrito “Meditaciones Sobre El Cantar de los Cantares” lo quemó ella misma por orden de su confesor, en una época en que estaba prohibida la difusión de las Sagradas Escrituras en romance.
Su vida es fiel reflejo de lo que avisaba a sus monjas: que las gracias recibidas en la oración son para darnos fuerza en servir a los demás. Aunque Teresa es conocida por lo elevado de las gracias místicas y visiones que recibe, su oración no la aparta del mundo, sino que hace que se entregue con especial fuerza y respaldo a las obras que le son encomendadas sufriendo en viajes, discusiones y continuas trabas, burlas y desplantes de sus contemporáneos.
Fue beatificada por Pablo V en 1614, canonizada por Gregorio XV en 1622, y nombrada doctora de la Iglesia Universal por Pablo VI en 1970. La primera mujer de las tres actuales doctoras de la Iglesia. Las otras son Santa Catalina de Siena y otra carmelita descalza: Santa Teresita del Niño Jesús

Su prematuro funeral

En el convento de la Encarnación «vivió feliz 27 años, siendo siempre, eso sí, el centro de la atención y el afecto de familia, monjas y seglares», señalan en la web del V Centenario de Santa Teresa de Jesús. La santa debía ser una mujer hermosa, de cuerpo frágil y dotada de una espiritualidad fuera de lo común. En 1538 cae de nuevo enferma. Ante el fracaso de los médicos, su padre le lleva a una curandera cuyo tratamiento «deja a la enferma medio muerta», relata Montserrat Izquierdo en su obra «Teresa de Jesús. Con los pies descalzos». Un año después, un paroxismo la llevará a las puertas de la muerte.

                                                                     
En el convento de la Encarnación le prepararon su sepultura y hasta celebraron un funeral, según relata Izquierdo. Sin embargo, cuatro días después, volvió en sí y pidió que la llevaran de vuelta al convento. «En la enfermería del monasterio pasará tullida casi cuatro años hasta verse curada, según su propia confesión, por la intercesión de san José», apunta la escritora.

Las visiones místicas




                                                                   
Los años siguientes fueron los más oscuros para la santa, que abandonó la oración en 1542 y un año después salió del convento para cuidar a su padre. Moriría en aquella Navidad y a su regreso, Teresa pasaría diez años más entre estados de desesperanza y periodos de oración hasta que en 1554, cuando rondaba los 40 años, tuvo lugar su conversión definitiva ante un Cristo llagado. «Ese día nace Teresa de Jesús y comienza la segunda etapa de su vida. La de su fecundidad espiritual, mística y literaria. La etapa de fundadora», subraya la filóloga especialista en la figura de Santa Teresa.

Entre santos




                                                                         
De entonces son sus primeras visiones y sus temores de estar siendo engañada «por el demonio». Su encuentro en 1560 con el santo franciscano Pedro de Alcántara resultó providencial para alcanzar la paz. Poco antes había tenido oportunidad de conocer a Francisco de Borja, que también sería santo, y años después mantendría una estrecha relación con San Juan de la Cruz.

                                                                           

16 conventos en 20 años

El 24 de agosto de 1562 el Papa Pío IV le concedió su traslado con cuatro monjas al pequeño convento de San José de Ávila. La reforma del Carmelo se ponía en marcha. Apoyada por el general de la Orden del Carmen, recorrió todos los caminos de España fundando conventos. Fueron 16 en apenas 20 años: Ávila, Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos. No pudo cumplir su deseo de fundar un convento en Madrid.




                                            (lienzo de Rúbens)                       


En esos últimos 20 años de su vida escribió Santa Teresa el «Libro de la Vida», «Camino de perfección», «Meditaciones sobre los Cantares», «Moradas del castillo interior», «Exclamaciones», «Fundaciones», «Visita de Descalzas», las «Constituciones» para sus monjas, poesías y medio millar de cartas además de 66 «Cuentas de conciencia» para sus confesores. «Ella no podía predicar, pero sí podía decir lo que pensaba a través de las cartas, en las que no sólo se hablaba de su relación con Dios», señalaba el pasado domingo a Montse Serrador el historiador Javier Burrieza.


                                                                      INQUISCIÓN

Acosada de enseñar cosas de alumbrados, Santa Teresa tuvo que defenderse ante el Tribunal de la Inquisición en 1575. Montserrat Izquierdo relata cómo el Definitorio General de la orden le mandó encerrarse como «presa» en el convento que ella eligiera y su reforma sufrió tal persecución que a punto estuvo de desaparecer hasta que en 1580 el Papa Gregorio XIII concedió a los descalzos una provincia separada de los carmelitas calzados mediante la bula «Pia consideratione».

Murió el día 4 y su entierro fue 24 horas después... el 15

En septiembre de 1582, Teresa de Jesús llegó al monasterio de Alba de Tormes muy enferma. «En fin, muero hija de la Iglesia», pronunció antes de fallecer. Era el 4 de octubre, el día que entraba en vigor el calendario gregoriano. A Santa Teresa la enterraron 24 horas después... el 15 de octubre.

Tres entierros

La enterraron allí mismo, en el convento de Alba de Torres aunque antes de que se cumpliera el año se procedió a la primera exhumación del cuerpo, que se encontró incorrupto. El padre Jerónimo Gracián procedió al rito de amputarle una mano que llevó a las carmelitas de Ávila aunque sin el dedo meñique que se quedó para él.
Tres años después del fallecimiento la Orden de los Carmelitas Descalzos mandaron llevar el cuerpo a Ávila así que fue exhumado el 25 de noviembre de 1585 y se trasladó el cuerpo incorrupto aunque sin un brazo que se quedó en Alba de Tormes para compensar de la pérdida. La decisión provocó el rechazo de los Duques de Alba, que echaron mano de su poder para recuperar el cuerpo, según relata Nieves Concostrina en «Polvo eres», y lo lograron puesto que Sixto V ordenó el traslado de nuevo a Alba de Tormes. En total se oficiaron tres entierros oficiales.
Su cuerpo aún incorrupto se encuentra hoy en una capilla de la Iglesia de la Anunciación de Nuestra Señora de Alba de Tormes, custodiado por nueve llaves aunque despojado de muchas partes de su anatomía. En Alba de Tormes se conservan sendos relicarios con el brazo izquierdo y el corazón de la santa, un pie y parte de la mandíbula se encuentra en Roma, la mano izquierda en Lisboa, un dedo en París, aunque la reliquia de la santa que ha tenido una existencia más agitada ha sido la primera mano que se le seccionó.

OBRAS DE STA TERESA:PROSA Y VERSO

                     PROSA

Como arriba indico, Sta TERESA ,escribió:

Ocho libros, y medio millar de cartas


 El «Libro de la Vida»,
 «Camino de perfección»,
 «Meditaciones sobre los Cantares»,
 «Moradas del castillo interior»,
«Exclamaciones»,
 «Fundaciones»,
 «Visita de Descalzas»,
 las «Constituciones» para sus monjas,
  y medio millar de cartas además de 66 «Cuentas de conciencia» para sus confesores.

(«Ella no podía predicar, pero sí podía decir lo que pensaba a través de las cartas, en las que no sólo se hablaba de su relación con Dios», señalaba el pasado domingo a Montse Serrador el historiador Javier Burrieza.)




                                                         

 Entre 1562-1566.La Santa lo escribio por mandato y bajo la dirección de sus confesores, e iba dirigido a un  reducido  círculo religioso.  Los Primeros Capítulos Santa Teresa aporta gran cantidad de información autobiográfica Sobre su vida familiar, su infancia, y su ingreso en la vida religiosa. referencias al Santo fray Pedro de Alcántara, a quien conoció personalmente, y que le llevo a la fundación del monasterio   de San José de Ávila, y narra su progreso espiritual  y sus vivencias místicas,  Así cómo  practicar y la  concepción de la Oración, escrito en  estilo analítico y enormemente sincero. Por esto se ha calificado a la obra de Como "introspectiva autobiografía".Esta obra, como todos los Escritos de la Santa, están entre los m ás sobresalientes tesoros de la literatura mística de la Iglesia Católica. 


                                  CAMINO DE PERFECCIÓN 



                                                          


  Camino de perfección
Se trata de su primera obra ascética y doctrinal, y de ella tenemos dos manuscritos autógrafos: uno de entre 1562-1564, que está en El Escorial (versión para las monjas de San José), y otro de 1570 (versión ampliada para extenderla a otras casas de la orden), que se conserva en el convento carmelita de Valladolid. Es una obra puramente ascética, una lección escrita a ruegos de fray Domingo Báñez para mostrar a sus monjas el camino de perfección de la vida monástica (a través del ejercicio continuado de la pobreza, la humildad, la caridad, la obediencia, la mortificación y la oración), y también para moverlas a la acción: se trata de salvar almas con el ejemplo, la oración y las obras (meditación o contemplación y acción). Desde el punto de vista de la exposición de los contenidos doctrinales, es una obra con una organización más sistemática que la de los libros autobiográficos.
Camino de perfección está escrito en un tono coloquial, tal como corresponde a un libro de formación para jóvenes en la oración y la vida contemplativa. Incluye la pedagogía teresiana de las virtudes (el amor, el desasimiento, la humildad, la determinación…, que es una pedagogía desde la vida). La Madre Teresa ofrece lecciones de oración. Se trata de interiorizarla, de creer en el amor de Dios y tratarlo desde la amistad. Centra su enseñanza en la oración del Padrenuestro (en la parte final del libro va glosando cada una de sus peticiones con diversos comentarios) y en la sencilla práctica del recogimiento (entrar dentro de uno mismo y acogerse a Cristo), pero sin olvidar nunca el valor activo de la contemplación. 

                                      MEDITACIÓN SOBRE LOS CANTARES

                                                                         


Conceptos del Amor de Dios o Meditaciones sobre los Cantares
Atrevida obra de Santa Teresa sobre el Cantar de los Cantares, cuando en el siglo XVI no estaba permitido publicar o leer la sagrada Escritura en lengua romance.
Como otras veces no puso título ella a la obra. Y quemó los dos autógrafos por orden de su confesor. Por suerte se conservaban copias de ambos originales.
PRÓLOGO
1. Viendo yo las misericordias que nuestro Señor hace con las almas que traía a estos monasterios que Su Majestad ha sido servido que se funden de la primera Regla de nuestra Señora del Monte Carmelo, que a algunas en particular son tantas las mercedes que nuestro Señor les hace, que solas a las almas que entendieren las necesidades que tienen de quien les declare algunas cosas de lo que pasa entre el alma y nuestro Señor, podrán ver el trabajo que se padece en no tener claridad, habiéndome a mí el Señor, de algunos años acá, dado un regalo grande cada vez que oigo o leo algunas palabras de los Cantares de Salomón, en tanto extremo que sin entender la claridad del latín en romance, me recogía más y movía mi alma que los libros muy devotos que entiendo; y esto es casi ordinario, y aunque me declaraban el romance, tampoco le entendía más... que sin entenderlo mi... apartar alma de sí. ..
                         

                                                 MORADAS DEL CASTILLO INTERIOR



Las Moradas del Castillo Interior (o más simplemente: Las Moradas) es el último libro que escribió Santa Teresa de Jesús . Según muchos, su mejor obra; y una de las cumbres de la mística cristiana y de la prosa española del Siglo de Oro.

Año 1577, España, ciudad de Toledo. Teresa tiene62 años, muchos achaques de salud y su obra de reformadora y fundadora peligra: la Inquisición la está mirando con malos ojos (han secuestrado su autobiografía) y llueven ataques de los calzados y disgustos sin fin.
Es en ese momento que Gracián y otros de su entorno, que conocen lo que esta monja sabe y lo bien que se expresa, la empujan a escribir algo: aunque más no sea para sermonear un poco a sus hijas...

A regañadientes -como se ve en el prólogo- Teresa obedece. Empieza en junio y se interrumpe a principios de julio, cuando debe viajar a su tierra natal, Avila. Allí reanuda el libro a fines de octubre y lo termina en noviembre.
Apenas dos meses netos de escritura, y en circunstancias adversas. No hay tiempo ni para corregir ni para releer...

Pero el caso es que Teresa está inspirada : sus monjas se asombran al verla escribir rapidísimo, como si le dictaran. Y al final, ella misma se siente satisfecha con el resultado.
No es para menos.

Las Moradas son una alegoría de los grados de la vida espiritual, yendo desde la ascética hasta la mística. Una doctrina segura, vivida; y en la pluma salerosa de Teresa.

Para no olvidar que sabiduría, felicidad y santidad van juntas








                               








EXCLAMACIONES :.




                                   
         


Prólogo
    Moradas Primeras
    Moradas Segundas
    Moradas Terceras
    Moradas Cuartas
    Moradas Quintas
    Moradas Sextas
    Moradas Séptimas
    Epílogo
     Reflejan la espontaneidad y el ardor de su alma en momentos de alta incandescencia. A impulso de esa espontaneidad, es normal que las diecisiete exclamaciones den paso a los temas espirituales más intensamente sentidos por ella: su profundo sentido de la vida ("¡Oh viva, vida...!") y su expectativa de la muerte. Su sentido de la ausencia de Dios, de su magnificencia y misericordia. Su amor a la Humanidad de Cristo ("¡Oh fuentes vivas de las llagas de mi Dios...!"). Su abismal sentido del pecado y del infierno. Su anhelo de compartir la gloria de los bienaventurados ("¡Oh almas que ya gozáis...!").

    EXCLAMACIONES DEL ALMA A DIOS
    I
    1. ¡Oh vida, vida!, ¿cómo puedes sustentarte estando ausente de tu Vida? En tanta soledad, ¿en qué te empleas? ¿Qué haces, pues todas tus obras son imperfectas y faltas? ¿Qué te consuela, oh ánima mía, en este tempestuoso mar? Lástima tengo de mí y mayor del tiempo que no viví lastimada. ¡Oh Señor, que vuestros caminos son suaves! Mas ¿quién caminará sin temor? Temo de estar sin serviros, y cuando os voy a servir no hallo cosa que me satisfaga para pagar algo de lo que debo. Parece que me querría emplear toda en esto, y cuando bien considero mi miseria veo que no puedo hacer nada que sea bueno, si no me lo dais Vos.
    2. ¡Oh Dios mío y misericordia mía!, ¿qué haré para que no deshaga yo las grandezas que Vos hacéis conmigo? Vuestras obras son santas, son justas, son de inestimable valor y con gran sabiduría, pues la misma sois Vos, Señor. Si en ella se ocupa mi entendimiento, quéjase la voluntad, porque querría que nadie la estorbase a amaros, pues no puede el entendimiento en tan grandes grandezas alcanzar quién es su Dios, y deséale gozar y no ve cómo, puesta en cárcel tan penosa como esta mortalidad. Todo la estorba, aunque primero fue ayudada en la consideración de vuestras grandezas, adonde se hallan mejor las innumerables bajezas mías.
    3. ¿Para qué he dicho esto, mi Dios? ¿A quién me quejo? ¿Quién me oye sino Vos, Padre y Criador mío? Pues para entender Vos mi pena, ¿qué necesidad tengo de hablar, pues tan claramente veo que estáis dentro de mí? Este es mi desatino. Mas ¡ay Dios mío!, ¿cómo podré yo saber cierto que no estoy apartada de Vos? ¡Oh vida mía, que has de vivir con tan poca seguridad de cosa tan importante! ¿Quién te deseará, pues la ganancia que de ti se puede sacar o esperar, que es contentar en todo a Dios, está tan incierta y llena de peligros?


    II
    1. Muchas veces, Señor mío, considero que si con algo se puede sustentar el vivir sin Vos, es en la soledad, porque descansa el alma con su descanso, puesto que, como no se goza con entera libertad, muchas veces se dobla el tormento; mas el que da el haber de tratar con las criaturas y dejar de entender el alma a solas con su Criador, hace tenerle por deleite. Mas ¿qué es esto, mi Dios, que el descanso cansa al alma que sólo pretende contentaros? ¡Oh, amor poderoso de Dios, cuán diferentes son tus efectos del amor del mundo! Este no quiere compañía por parecerle que le han de quitar de lo que posee; el de mi Dios mientras más amadores entiende que hay, más crece, y así sus gozos se templan  en ver que no gozan todos de aquel bien. ¡Oh Bien mío, que esto hace, que en los mayores regalos y contentos que se tienen con Vos, lastima la memoria de los muchos que hay que no quieren estos contentos, y de los que para siempre los han de perder! Y así el alma busca medios para buscar compañía, y de buena gana deja su gozo cuando piensa será alguna parte para que otros le procuren gozar.
    2. Mas, Padre celestial mío, ¿no valdría más dejar estos deseos para cuando esté el alma con menos regalos vuestros y ahora emplearse toda en gozaros? ¡Oh Jesús mío!, cuán grande es el amor que tenéis a los hijos de los hombres, que el mayor servicio que se os puede hacer es dejaros a Vos por su amor y ganancia y entonces sois poseído más enteramente; porque aunque no se satisface tanto en gozar la voluntad, el alma se goza de que os contenta a Vos y ve que los gozos de la tierra son inciertos, aunque parezcan dados de Vos, mientras vivimos en esta mortalidad, si no van acompañados con el amor del prójimo. Quien no le amare, no os ama, Señor mío; pues con tanta sangre vemos mostrado el amor tan grande que tenéis a los hijos de Adán.



    III
    1. Considerando la gloria que tenéis, Dios mío, aparejada a los que perseveran en hacer vuestra voluntad, y con cuántos trabajos y dolores la ganó vuestro Hijo, y cuán mal lo teníamos merecido, y lo mucho que merece que no se desagradezca la grandeza de amor que tan costosamente nos ha enseñado a amar, se ha afligido mi alma en gran manera. ¿Cómo es posible, Señor se olvide todo esto y que tan olvidados estén los mortales de Vos cuando os ofenden? ¡Oh Redentor mío, y cuán olvidados se olvidan de sí! ¡Y que sea tan grande vuestra bondad, que entonces os acordéis Vos de nosotros, y que habiendo caído por heriros a Vos de golpe mortal, olvidado de esto nos tornéis a dar la mano y despertéis de frenesí tan incurable, para que procuremos y os pidamos salud! ¡Bendito sea tal Señor, bendita tan gran misericordia, y alabado sea por siempre por tan piadosa piedad!
    2. ¡Oh ánima mía!, bendice para siempre a tan gran Dios. ¿Cómo se puede tornar contra El? ¡Oh, que a los que son desagradecidos la grandeza de la merced les daña! Remediadlo Vos, mi Dios. ¡Oh hijos de los hombres!, ¿hasta cuándo seréis duros de corazón y le tendréis para ser contra este mansísimo Jesús? ¿Qué es esto? ¿Por ventura permanecerá nuestra maldad contra El? No, que se acaba la vida del hombre como la flor del heno y ha de venir el Hijo de la Virgen a dar aquella terrible sentenca  ¡Oh poderoso Dios mío! Pues aunque no queramos nos habéis de juzgar, ¿por qué no miramos lo que nos importa teneros contento para aquella hora? Mas ¿quién, quién no querrá Juez tan justo? ¡Bienaventurados los que en aquel temeroso punto se alegraren con Vos, oh Dios y Señor mío! Al que Vos habéis levantado, y él ha conocido cuán míseramente se perdió por ganar un muy breve contento y está determinado a contentaros siempre, y ayudándole vuestro favor (pues no faltáis, bien mío de mi alma, a los que os quieren ni dejáis de responder a quien os llama), ¿qué remedio, Señor, para poder después vivir, que no sea muriendo con la memoria de haber perdido tanto bien como tuviera estando en la inocencia que quedó del bautismo? La mejor vida que puede tener es morir siempre con este sentimiento. Mas el alma que tiernamente os ama, ¿cómo lo ha de poder sufrir?
    3. ¡Mas qué desatino os pregunto, Señor mío! Parece que tengo olvidadas vuestras grandezas y misericordias y cómo vinisteis al mundo por los pecadores, y nos comprasteis por tan gran precio  y pagasteis nuestros falsos contentos con sufrir tan crueles tormentos y azotes. Remediasteis mi ceguedad con que tapasen vuestros divinos ojos, y mi vanidad con tan cruel corona de espinas.
    ¡Oh Señor, Señor! Todo esto lastima más a quien os ama. Sólo consuela que será alabada para siempre vuestra misericordia cuando se sepa mi maldad; y, con todo, no sé si quitarán esta fatiga hasta que con veros a Vos se quiten todas las miserias de esta mortalidad


    IV
    1. Parece, Señor mío, que descansa mi alma considerando el gozo que tendrá, si por vuestra misericordia le fuere concedido gozar de Vos. Mas querría primero serviros, pues ha de gozar de lo que Vos, sirviéndola a ella, le ganasteis. ¿Qué haré, Señor mío? ¿Qué haré, mi Dios? ¡Oh, qué tarde se han encendido mis deseos y qué temprano andabais Vos (1). Señor, granjeando y llamando para que toda me emplease en Vos! ¿Por ventura, Señor, desamparasteis al miserable, o apartasteis al pobre mendigo cuando se quiere llegar a Vos? ¿Por ventura Señor, tienen término vuestras grandezas o vuestras magnificas obras? ¡Oh Dios mío y misericordia mía!, ¡y cómo las podréis mostrar ahora en vuestra sierva! Poderoso sois, gran Dios. Ahora se podrá entender si mi alma se entiende a sí mirando el tiempo que ha perdido y cómo en un punto podéis Vos, Señor que le torne a ganar. Paréceme que desatino, pues el tiempo perdido suelen decir que no se puede tornar a cobrar. ¡Bendito sea mi Dios!
    2. ¡Oh Señor!, confieso vuestro gran poder. Si sois poderoso, como lo sois, ¿qué hay imposible al que todo lo puede? Quered Vos, Señor mío, quered, que aunque soy miserable, firmemente creo que podéis lo que queréis, y mientras mayores maravillas oigo vuestras y considero que podéis hacer más, más se fortalece mi fe y con mayor determinación creo que lo haréis Vos. ¿Y qué hay que maravillar de lo que hace el Todopoderoso? Bien sabéis Vos, mi Dios, que entre todas mis miserias nunca dejé de conocer vuestro gran poder y misericordia. Válgame, Señor, esto en que no os he ofendido.
    Recuperad, Dios mío, el tiempo perdido con darme gracia en el presente y porvenir, para que parezca delante de Vos con vestiduras de bodas.


    V
    1. ¡Oh Señor mío!, ¿cómo os osa pedir mercedes quien tan mal os ha servido y ha sabido guardar lo que le habéis dado? ¿Qué se puede confiar de quien muchas veces ha sido traidor? Pues ¿qué haré, consuelo de los desconsolados y remedio de quien se quiere remediar de Vos? ¿Por ventura será mejor callar con mis necesidades, esperando que Vos las remediéis? No, por cierto; que Vos, Señor mío y deleite mío, sabiendo las muchas que habían de ser y el alivio que nos es contarlas a Vos, decís que os pidamos y que no dejaréis de dar .
    2. Acuérdome algunas veces de la queja de aquella santa mujer, Marta, que no sólo se quejaba de su hermana  antes tengo por cierto que su mayor sentimiento era pareciéndole no os dolíais Vos, Señor, del trabajo que ella pasaba, ni se os daba nada que ella estuviese con Vos. Por ventura le pareció no era tanto el amor que la teníais como a su hermana; que esto le debía hacer mayor sentimiento que el servir a quien ella tenía tan gran amor, que éste hace tener por descanso el trabajo. Y parécese en no decir nada a su hermana, antes con toda su queja fue a Vos, Señor, que el amor la hizo atrever a decir que cómo no teníais cuidado. Y aun en la respuesta parece ser y proceder la demanda de lo que digo; que sólo amor es el que da valor a todas las cosas; y que sea tan grande que ninguna le estorbe a amar, es lo más necesario. Mas ¿cómo le podremos tener, Dios mío, conforme a lo que merece el amado, si el que Vos me tenéis no le junta consigo? ¿Quejaréme con esta santa mujer? ¡Oh, que no tengo ninguna razón, porque siempre he visto en mi Dios harto mayores y más crecidas muestras de amor de lo que yo he sabido pedir ni desear! Si no me quejo de lo mucho que vuestra benignidad me ha sufrido, no tengo de qué. Pues ¿qué podrá pedir una cosa tan miserable como yo? Que me deis, Dios mío, qué os dé con San Agustín (3) para pagar algo de lo mucho que os debo; que os acordéis que soy vuestra hechura y que conozca yo quién es mi Criador para que le ame.



    VI
    1. ¡Oh deleite mío, Señor de todo lo criado y Dios mío! ¿Hasta cuándo esperaré ver vuestra presencia? ¿Qué remedio dais a quien tan poco tiene en la tierra para tener algún descanso fuera de Vos? ¡Oh vida larga!, ¡oh vida penosa!, ¡oh vida que no se vive!, ¡oh qué sola soledad!, ¡qué sin remedio! Pues, ¿cuándo, Señor, cuándo?, ¿hasta cuándo?  ¿qué haré, Bien mío, qué haré? ¿Por ventura desearé no desearos? ¡Oh mi Dios y mi Criador, que llagáis y no ponéis la medicina; herís y no se ve la llaga; matáis, dejando con más vida! En fin, Señor mío, hacéis lo que queréis como poderoso. Pues un gusano tan despreciado, mi Dios, ¿queréis sufra estas contrariedades? Sea así, mi Dios, pues Vos lo queréis, que yo no quiero sino quereros.
    2. Mas ¡ay, ay, Criador mío, que el dolor grande hace quejar y decir lo que no tiene remedio hasta que Vos queráis! Y alma tan encarcelada desea su libertad, deseando no salir un punto de lo que Vos queréis. Quered, gloria mía, que crezca su pena, o remediadla del todo. ¡Oh muerte, muerte, no sé quién te teme, pues está en ti la vida! Mas ¿quién no temerá habiendo gastado parte de ella en no amar a su Dios? Y pues soy ésta, ¿qué pido y qué deseo? ¿Por ventura el castigo tan bien merecido de mis culpas? No lo permitáis Vos, bien mío, que os costó mucho mi rescate.
    3. ¡Oh ánima mía! Deja hacerse la voluntad de tu Dios; eso te conviene. Sirve y espera en su misericordia, que remediará tu pena, cuando la penitencia de tus culpas haya ganado algún perdón de ellas; no quieras gozar sin padecer. ¡Oh verdadero Señor y Rey mío!, que aun para esto no soy, si no me favorece vuestra soberana mano y grandeza, que con esto todo lo podré.



    VII
    1. ¡Oh esperanza mía y Padre mío y mi Criador y mi verdadero Señor y Hermano! Cuando considero en cómo decís que son vuestros deleites con los hijos de los hombres (1), mucho se alegra mi alma. ¡Oh Señor del cielo y de la tierra!, ¡y qué palabras éstas para no desconfiar ningún pecador! ¿Fáltaos, Señor, por ventura, con quién os deleitéis, que buscáis un gusanillo tan de mal olor como yo? Aquella voz que se oyó cuando el Bautismo, dice que os deleitáis con vuestro Hijo (2). ¿Pues hemos de ser todos iguales, Señor? ¡Oh, qué grandísima misericordia, y qué favor tan sin poderlo nosotras merecer! ¡Y que todo esto olvidemos los mortales! Acordaos Vos, Dios mío, de tanta miseria, y mirad nuestra flaqueza, pues de todo sois sabedor.
    2. ¡Oh ánima mía! considera el gran deleite y gran amor que tiene el Padre en conocer a su Hijo, y el Hijo en conocer a su Padre, y la inflamación con que el Espíritu Santo se junta con ellos, y cómo ninguna se puede apartar de este amor y conocimiento, porque son una misma cosa. Estas soberanas Personas se conocen, éstas se aman y unas con otras se deleitan. Pues ¿qué menester es mi amor? ¿Para qué le queréis, Dios mío, o qué ganáis? ¡Oh, bendito seáis Vos! ¡Oh, bendito seáis Vos, Dios mío para siempre! Alaben os todas las cosas, Señor, sin fin, pues no lo puede haber en Vos.
    3. Alégrate, ánima mía, que hay quien ame a tu Dios como El merece. Alégrate, que hay quien conoce su bondad y valor. Dale gracias que nos dio en la tierra quien así le conoce, como a su único Hijo. Debajo de este amparo podrás llegar y suplicarle que, pues Su Majestad se deleita contigo, que todas las cosas de la tierra no sean bastante a apartarte de deleitarte tú y alegrarte en la grandeza de tu Dios y en cómo merece ser amado y alabado y que te ayude para que tú seas alguna partecita para ser bendecido su nombre, y que puedas decir con verdad: Engrandece y loa mi ánima al Señor 


    VIII
    1. ¡Oh Señor, Dios mío, y cómo tenéis palabras de vida (1), adonde todos los mortales hallarán lo que desean, si lo quisiéremos buscar! Mas ¡qué maravilla, Dios mío, que olvidemos vuestras palabras con la locura y enfermedad que causan nuestras malas obras! ¡Oh Dios mío, Dios, Dios hacedor de todo lo criado! ¿Y qué es lo criado, si Vos, Señor, quisiéreis criar más? Sois todopoderoso; son incomprensibles vuestras obras (2). Pues haced, Señor, que no se aparten de mi pensamiento vuestras palabras.
    2. Decís Vos: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, que yo os consolaré (3). ¿Qué más queremos, Señor? ¿Qué pedimos? ¿Qué buscamos? ¿Por qué están los del mundo perdidos, sino por buscar descanso? ¡Válgame Dios, oh, válgame Dios! ¿Qué es esto, Señor? ¡Oh, qué lástima! ¡Oh, qué gran ceguedad, que le busquemos en lo que es imposible hallarle! Habed piedad, Criador, de estas vuestras criaturas. Mirad que no nos entendemos, ni sabemos lo que deseamos, ni atinamos lo que pedimos. Dadnos, Señor, luz; mirad que es más menester que al (ciego que lo era de su nacimiento, que éste deseaba ver la luz y no podía 4). Ahora, Señor, no se quiere ver. ¡Oh, qué mal tan incurable! Aquí, Dios mío, se ha de mostrar vuestro poder, aquí vuestra misericordia.
    3. ¡Oh, qué recia cosa os pido, verdadero Dios mío, que queráis a quien no os quiere, que abráis a quien no os llama, que deis salud a quien gusta de estar enfermo y anda procurando la enfermedad! Vos decís, Señor mío, que venís a buscar los pecadores; (5) éstos, Señor, son los verdaderos pecadores. No miréis nuestra ceguedad, mi Dios, sino a la mucha sangre que derramó vuestro Hijo por nosotros. Resplandezca vuestra misericordia en tan crecida maldad; mirad, Señor, que somos hechura vuestra. Válganos vuestra bondad y misericordia
    IX
    1. ¡Oh piadoso y amoroso Señor de mi alma! También decís Vos: Venid a mí todos los que tenéis sed, que yo os daré a beber (1). Pues ¿cómo puede dejar de tener gran sed el que se está ardiendo en vivas llamas en las codicias de estas cosas miserables de la tierra? Hay grandísima necesidad de agua para que en ella no se acabe de consumir. Ya sé yo, Señor mío, de vuestra bondad que se lo daréis; Vos mismo lo decís; no pueden faltar vuestras palabras. Pues si de acostumbrados a vivir en este fuego y de criados en él, ya no lo sienten ni atinan de desatinados a ver su gran necesidad, ¿qué remedio, Dios mío? Vos vinisteis al mundo para remediar tan grandes necesidades como éstas. Comenzad, Señor; en las cosas más dificultosas se ha de mostrar vuestra piedad. Mirad, Dios mío, que van ganando mucho vuestros enemigos. Habed piedad de los que no la tienen de sí; ya que su desventura los tiene puestos en estado que no quieren venir a Vos, venid Vos a ellos, Dios mío. Yo os lo pido en su nombre, y sé que, como se entiendan y tornen en sí, y comiencen a gustar de Vos, resucitarán estos muertos.
    2. ¡Oh Vida, que la dais todos! No me neguéis a mí esta agua dulcísima que prometéis a los que la quieren. Yo la quiero, Señor, y la pido, y vengo a Vos. No os escondáis, Señor, de mí, pues sabéis mi necesidad y que es verdadera medicina del alma llagada por Vos. ¡Oh Señor, qué de maneras de fuegos hay en esta vida! ¡Oh, con cuánta razón se ha de vivir con temor! ¡Unos consumen el alma, otros la purifican para que viva para siempre gozando de Vos. ¡Oh fuentes vivas de las llagas de mi Dios, cómo manaréis siempre con gran abundancia para nuestro mantenimiento y qué seguro irá por los peligros de esta miserable vida el que procurare sustentarse de este divino licor


    X
    1. ¡Oh Dios de mi alma, qué prisa nos damos a ofenderos y cómo os la dais Vos mayor a perdonarnos! ¿Qué causa hay, Señor, para tan desatinado atrevimiento? ¿Si es el haber ya entendido vuestra gran misericordia y olvidarnos de que es justa vuestra justicia?
    Cercáronme los dolores de la muerte (1). ¡Oh, oh, oh, qué grave cosa es el pecado, que bastó para matar a Dios con tantos dolores! ¡Y cuán cercado estáis, mi Dios, de ellos! ¿Adónde podéis ir que no os atormenten? De todas partes os dan heridas los mortales.
    2. ¡Oh cristianos!, tiempo es de defender a vuestro Rey y de acompañarle en tan gran soledad; que son muy pocos los vasallos que le han quedado y mucha la multitud que acompaña a Lucifer. Y lo que peor es, que se muestran amigos en lo público y véndenle en lo secreto; casi no halla de quién se fiar. ¡Oh amigo verdadero, qué mal os paga el que os es traidor! ¡Oh cristianos verdaderos!, ayudad a llorar a vuestro Dios, que no es por solo Lázaro aquellas piadosas lágrimas (2), sino por los que no habían de querer resucitar, aunque Su Majestad los diese voces. ¡Oh bien mío, qué presentes teníais las culpas que he cometido contra Vos! Sean ya acabadas, Señor, sean acabadas, y las de todos. Resucitad a estos muertos; sean vuestras voces, Señor, tan poderosas que, aunque no os pidan la vida, se la deis para que después, Dios mío, salgan de la profundidad de sus deleites.
    3. No os pidió Lázaro que le resucitaseis. Por una mujer pecadora lo hicisteis; véisla aquí, Dios mío, y muy mayor; resplandezca vuestra misericordia. Yo, aunque miserable, lo pido por las que no os lo quieren pedir. Ya sabéis, Rey mío, lo que me atormenta verlos tan olvidados de los grandes tormentos que han de padecer para sin fin, si no se tornan a Vos.
    ¡Oh, los que estáis mostrados a deleites y contentos y regalos y hacer siempre vuestra voluntad, habed lástima de vosotros! Acordaos que habéis de estar sujetos siempre, siempre, sin fin, a las furias infernales. Mirad, mirad, que os ruega ahora el Juez que os ha de condenar, y que no tenéis un solo momento segura la vida; ¿por qué no queréis vivir para siempre? ¡Oh dureza de corazones humanos! Ablándelos vuestra inmensa bondad


    XI
    1. ¡Oh, válgame Dios! ¡Oh, válgame Dios! ¡Qué gran tormento es para mí, cuando considero qué sentirá un alma que siempre ha sido acá tenida y querida y servida y estimada y regalada, cuando, en acabando de morir, se vea ya perdida para siempre, y entienda claro que no ha de tener fin (que allí no le valdrá querer no pensar las cosas de la fe, como acá ha hecho), y se vea (1) apartar de lo que le parecerá que aun no había comenzado a gozar (y con razón, porque todo lo que con la vida se acaba es un soplo), y rodeado de aquella compañía disforme y sin piedad, con quien siempre ha de padecer, metida en aquel lago hediondo lleno de serpientes, que la que más pudiere la dará mayor bocado; en aquella miserable oscuridad, adonde no verán sino lo que la dará tormento y pena, sin ver luz sino de una llama tenebrosa! ¡Oh, qué poco encarecido va para lo que es!
    2. ¡Oh Señor!, ¿quién puso tanto lodo en los ojos de esta alma, que no haya visto esto hasta que se vea allí? ¡Oh Señor!, ¿quién ha tapado sus oídos para no oír las muchas veces que se le había dicho esto y la eternidad de estos tormentos? ¡Oh vida que no se acabará! ¡Oh tormento sin fin!, ¡oh tormento sin fin! ¿Cómo no os temen los que temen dormir en una cama dura por no dar pena a su cuerpo?
    3. ¡Oh Señor, Dios mío! Lloro el tiempo que no lo entendí; y pues sabéis, mi Dios, lo que me fatiga ver los muy muchos que hay que no quieren entenderlo, siquiera uno, Señor, siquiera uno que ahora os pido alcance luz de Vos, que sería para tenerla muchos. No por mí, Señor, que no lo merezco, sino por los méritos de vuestro Hijo. Mirad sus llagas, Señor, y pues El perdonó a los que se las hicieron, perdonadnos Vos


    XII
    1. ¡Oh mi Dios y mi verdadera fortaleza! ¿Qué es esto, Señor, que para todo somos cobardes, si no es para contra Vos? Aquí se emplean todas las fuerzas de los hijos de Adán. Y si la razón no estuviese tan ciega, no bastarían las de todos juntos para atreverse a tomar armas contra su Criador y sustentar guerra continua contra quien los puede hundir en los abismos en un momento; sino, como está ciega, quedan como locos que buscan la muerte, porque en su imaginación les parece con ella ganar la vida. En fin, como gente sin razón. ¿Qué podemos hacer, Dios mío, a los que están con esta enfermedad de locura? Dicen que el mismo mal les hace tener grandes fuerzas; así es los que se apartan de mi Dios: gente enferma, que toda su furia es con Vos que les hacéis más bien.
    2. ¡Oh Sabiduría que no se puede comprender! ¡Cómo fue necesario todo el amor que tenéis a vuestras criaturas para poder sufrir tanto desatino y aguardar a que sanemos, y procurarlo con mil maneras de medios y remedios! Cosa es que me espanta cuando considero que falta el esfuerzo para irse a la mano de una cosa muy leve, y que verdaderamente se hacen entender a sí mismos que no pueden, aunque quieren, quitarse de una ocasión y apartarse de un peligro adonde pierdan el alma y que tengamos esfuerzo y ánimo para acometer a una tan gran Majestad como sois Vos. ¿Qué es esto, bien mío, qué es esto? ¿Quién da estas fuerzas? ¿Por ventura el capitán a quien siguen en esta batalla contra Vos no es vuestro siervo y puesto en fuego eterno? ¿Por qué se levanta contra Vos? ¿Cómo da ánimo el vencido? ¿Cómo siguen al que es tan pobre, que le echaron de las riquezas celestiales? ¿Qué puede dar quien no tiene nada para sí, sino mucha desventura? ¿Qué es esto, mi Dios?, ¿qué es esto, mi Criador? ¿De dónde vienen estas fuerzas contra Vos y tanta cobardía contra el demonio? Aun si Vos, Príncipe mío, no favorecierais a los vuestros, aun si debiéramos algo a este príncipe de las tinieblas, no llevaba camino por lo que para siempre nos tenéis guardado y ver todos sus gozos y prometimientos falsos y traidores. ¿Qué ha de hacer con nosotros quien lo fue contra Vos?
    3. ¡Oh ceguedad grande, Dios mío! ¡Oh, qué grande ingratitud, Rey mío! ¡Oh, qué incurable locura, que sirvamos al demonio con lo que nos dais Vos, Dios mío! ¡Que paguemos el gran amor que nos tenéis, con amar a quien así os aborrece y ha de aborrecer para siempre! ¡Que la sangre que derramasteis por nosotros, y los azotes y grandes dolores que sufristeis, y los grandes tormentos que pasasteis, en lugar de vengar a vuestro Padre Eterno (ya que Vos no queréis venganza y lo perdonasteis de tan gran desacato como se usó con su Hijo, tomamos por compañeros y por amigos a los que así le trataron! Pues seguimos a su infernal capitán, claro está que hemos de ser todos unos, y vivir para siempre en su compañía, si vuestra piedad no nos remedia de tornarnos el seso y perdonarnos lo pasado.
    4. ¡Oh mortales, volved, volved en vosotros! Mirad a vuestro Rey, que ahora le hallaréis manso; acábese ya tanta maldad; vuélvanse vuestras furias y fuerzas contra quien os hace la guerra y os quiere quitar vuestro mayorazgo. Tornad, tornad en vosotros, abrid los ojos, pedid con grandes clamores y lágrimas luz a quien la dio al mundo. Entendeos, por amor de Dios, que vais a matar con todas vuestras fuerzas a quien por daros vida perdió la suya; mirad que es quien os defiende de vuestros enemigos. Y si todo esto no basta, básteos conocer que no podéis nada contra su poder y que tarde o temprano habéis de pagar con fuego eterno tan gran desacato y atrevimiento. ¿Es porque veis a esta Majestad atado y ligado con el amor que nos tiene? ¿Qué más hacían los que le dieron la muerte, sino después de atado darle golpes y heridas?
    5. ¡Oh, mi Dios, cómo padecéis por quien tan poco se duele de vuestras penas! Tiempo vendrá Señor, donde haya de darse a entender vuestra justicia y si es igual de la misericordia. Mirad, cristianos, considerémoslo bien, y jamás podremos acabar de entender lo que debemos a nuestro Señor Dios y las magnificencias de sus misericordias. Pues si es tan grande su justicia, ¡ay dolor!, ¡ay dolor!, ¿qué será de los que hayan merecido que se ejecute y resplandezca en ellos?


    XIII
    1. ¡Oh almas que ya gozáis sin temor de vuestro gozo y estáis siempre embebidas en alabanzas de mi Dios! Venturosa fue vuestra suerte. Qué gran razón tenéis de ocuparos siempre en estas alabanzas y qué envidia os tiene mi alma, que estáis ya libres del dolor que dan las ofensas tan grandes que en estos desventurados tiempos se hacen a mi Dios, y de ver tanto desagradecimiento, y de ver que no se quiere ver esta multitud de almas que lleva Satanás. ¡Oh bienaventuradas ánimas celestiales! Ayudad a nuestra miseria y sednos intercesores ante la divina misericordia, para que nos dé algo de vuestro gozo y reparta con nosotras de ese claro conocimiento que tenéis.
    2. Dadnos, Dios mío, Vos a entender qué es lo que se da a los que pelean varonilmente en este sueño de esta miserable vida. Alcanzadnos, oh ánimas amadoras, a entender el gozo que os da ver la eternidad de vuestros gozos, y cómo es cosa tan deleitosa ver cierto que no se han de acabar. ¡Oh desventurados de nosotros, Señor mío!, que bien lo sabemos y creemos; sino que con la costumbre tan grande de no considerar estas verdades, son tan extrañas ya de las almas, que ni las conocen ni las quieren conocer. ¡Oh gente interesal, codiciosa de sus gustos y deleites, que por no esperar un breve tiempo a gozarlos tan en abundancia, por no esperar un año, por no esperar un día, por no esperar una hora, y por ventura no será más que un momento, lo pierden todo por gozar de aquella miseria que ven presente!
    3. ¡Oh, oh, oh, qué poco fiamos de Vos, Señor! ¡Cuántas mayores riquezas y tesoros fiasteis Vos de nosotros, pues treinta y tres años de grandes trabajos, y después muerte tan intolerable y lastimosa, nos disteis y (1) a vuestro Hijo, y tantos años antes de nuestro nacimiento! Y aun sabiendo que no os lo habíamos de pagar, no quisisteis dejarnos de fiar tan inestimable tesoro, porque no quedase por Vos, lo que nosotros granjeando con El podemos ganar con Vos, Padre piadoso.
    4. ¡Oh ánimas bienaventuradas, que tan bien os supisteis aprovechar, y comprar heredad tan deleitosa y permaneciente con este precioso precio!, decidnos: ¿cómo granjeabais con él bien tan sin fin? Ayudadnos, pues estáis tan cerca de la fuente; coged agua para los que acá perecemos de sed..


    XIV
    1. ¡Oh Señor y verdadero Dios mío! Quien no os conoce, no os ama. ¡Oh, qué gran verdad es ésta! Mas ¡ay dolor, ay dolor, Señor, de los que no os quieren conocer! Temerosa cosa es la hora de la muerte. Mas ¡ay, ay, Criador mío, cuán espantoso será el día adonde se haya de ejecutar vuestra justicia! Considero yo muchas veces, Cristo mío, cuán sabrosos y cuán deleitosos se muestran vuestros ojos a quien os ama y Vos, bien mío, queréis mirar con amor. Paréceme que sola una vez de este mirar tan suave a las almas que tenéis por vuestras, basta por premio de muchos años de servicio. ¡Oh válgame Dios, qué mal se puede dar esto a entender, sino a los que ya han entendido cuán suave es el Señor! (1)
    2. ¡Oh cristianos, cristianos!, mirad la hermandad que tenéis con este gran Dios; conocedle y no le menospreciéis, que así como este mirar es agradable para sus amadores, es terrible con espantable furia para sus perseguidores. ¡Oh, que no entendemos que es el pecado una guerra campal contra Dios de todos nuestros sentidos y potencias del alma! El que más puede, más traiciones inventa contra su Rey. Ya sabéis, Señor mío, que muchas veces me hacía a mí más temor acordarme si había de ver vuestro divino rostro airado contra mí en este espantoso día del juicio final que todas las penas y furias del infierno que se me representaban; y os suplicaba me valiese vuestra misericordia de cosa tan lastimosa para mí, y así os lo suplico ahora, Señor. ¿Qué me puede venir en la tierra que llegue a esto? Todo junto lo quiero, mi Dios, y libradme (2) de tan grande aflicción. No deje yo, mi Dios, no deje de gozar de tanta hermosura en paz. Vuestro Padre nos dio a Vos, no pierda yo, Señor mío, joya tan preciosa. Confieso, Padre Eterno, que la he guardado mal; mas aún remedio hay, Señor, remedio hay, mientras vivimos en este destierro.
    3. ¡Oh hermanos, oh hermanos e hijos de este Dios! Esforcémonos, esforcémonos, pues sabéis que dice Su Majestad que en pesándonos de haberle ofendido no se acordará de nuestras culpas y maldades (3.) ¡Oh piedad tan sin medida! ¿Qué más queremos? ¿Por ventura hay quien no tuviera vergüenza de pedir tanto? Ahora es tiempo de tomar lo que nos da este Señor piadoso y Dios nuestro. Pues quiere amistades ¿quién las negará a quien no negó derramar toda su sangre y perder la vida por nosotros? Mirad que no es nada lo que pide, que por nuestro provecho nos está bien el hacerlo.
    4. ¡Oh, válgame Dios, Señor! ¡Oh, qué dureza! ¡Oh, qué desatino y ceguedad! Que si se pierde una cosa, una aguja o un gavilán, que no aprovecha de más de dar un gustillo a la vista de verle volar por el aire, nos da pena, ¡y que no la tengamos de perder esta águila caudalosa de la majestad de Dios y un reino que no ha de tener fin el gozarle! ¿Qué es esto? ¿Qué es esto? Yo no lo entiendo. Remediad, Dios mío, tan gran desatino y ceguedad.



    XV
    1. ¡Ay de mí, ay de mí, Señor, que es muy largo este destierro y pásase con grandes penalidades del deseo de mi Dios! Señor, ¿qué hará un alma metida en esta cárcel? ¡Oh Jesús, qué larga es la vida del hombre aunque se dice que es breve! Breve es, mi Dios, para ganar con ella vida que no se puede acabar; mas muy larga para el alma que se desea ver en la presencia de su Dios. ¿Qué remedio dais a este padecer? No le hay, sino cuando se padece por Vos.
    2. ¡Oh, mi suave descanso de los amadores de mi Dios! No faltéis a quien os ama, pues por Vos ha de crecer y mitigarse el tormento que causa el Amado al alma que le desea. Deseo yo, Señor, contentaros; mas mi contento bien sé que no está en ninguno de los mortales. Siendo esto así, no culparéis a mi deseo. Véisme aquí, Señor; si es necesario vivir para haceros algún servicio, no rehuso todos cuantos trabajos en la tierra me puedan venir, como decía vuestro amador San Martín (1).
    3. Mas ¡ay dolor, ay dolor de mí, Señor mío, que él tenía obras, y yo tengo solas palabras, que no valgo para más! Valgan mis deseos, Dios mío, delante de vuestro divino acatamiento, y no miréis a mi poco merecer. Merezcamos todos amaros, Señor; ya que se ha de vivir, vívase para Vos, acábense ya los deseos e intereses nuestros. ¿Qué mayor cosa se puede ganar que contentaros a Vos? ¡Oh contento mío y Dios mío!, ¿qué haré yo para contentaros? Miserables son mis servicios, aunque hiciese muchos a mi Dios. Pues ¿para qué tengo de estar en esta miserable miseria? Para que se haga la voluntad del Señor. ¿Qué mayor ganancia, ánima mía? Espera, espera, que no sabes cuándo vendrá el día ni la hora (2). Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo. Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado con gozo y deleite que no puede tener fin.



    XVI
    1. ¡Oh verdadero Dios y Señor mío! Gran consuelo es para el alma que le fatiga la soledad de estar ausente de Vos, ver que estáis en todos cabos. Mas cuando la reciedumbre del amor y los grandes ímpetus de esta pena crece, ¿qué aprovecha, Dios mío?, que se turba el entendimiento y se esconde la razón para conocer esta verdad, de manera que no puede entender ni conocer. Sólo se conoce estar apartada de Vos, y ningún remedio admite; porque el corazón que mucho ama no admite consejo ni consuelo, sino del mismo que le llagó; porque de ahí espera que ha de ser remediada su pena. Cuando Vos queréis, Señor, presto sanáis la herida que habéis dado; antes no hay que esperar salud ni gozo, sino el que se saca de padecer tan bien empleado.
    2. ¡Oh verdadero Amador, con cuánta piedad, con cuánta suavidad, con cuánto deleite, con cuánto regalo y con qué grandísimas muestras de amor curáis estas llagas, que con las saetas del mismo amor habéis hecho! ¡Oh Dios mío y descanso de todas las penas, qué desatinada estoy! ¿Cómo podía haber medios humanos que curasen los que ha enfermado el fuego divino? ¿Quién ha de saber hasta dónde llega esta herida, ni de qué procedió, ni cómo se puede aplacar tan penoso y deleitoso tormento? Sin razón sería tan precioso mal poder aplacarse por cosa tan baja como es los medios que pueden tomar los mortales. Con cuánta razón dice la Esposa en los "Cantares": Mi amado a mí, y yo a mi Amado y mi Amado a mí (1), porque semejante amor no es posible comenzarse de cosa tan baja como el mío.
    3. Pues si es bajo, Esposo mío, ¿cómo no para en cosa criada hasta llegar a su Criador? ¡Oh mi Dios!, ¿por qué yo a mi Amado? Vos, mi verdadero Amador, comenzáis esta guerra de amor, que no parece otra cosa un desasosiego y desamparo de todas las potencias y sentidos, que salen por las plazas y por los barrios conjurando a las hijas de Jerusalén que le digan de su Dios . Pues, Señor comenzada esta batalla, ¿a quién han de ir a combatir, sino a quien se ha hecho señor de esta fortaleza adonde moraban, que es lo más superior del alma y echádolas fuera a ellas para que tornen a conquistar a su conquistador? Y ya, cansadas de haberse visto sin El, presto se dan por vencidas y se emplean perdiendo todas sus fuerzas y pelean mejor; y, en dándose por vencidas, vencen a su vencedor.
    4. ¡Oh ánima mía, qué batalla tan admirable has tenido en esta pena, y cuán al pie de la letra pasa así! Pues mi Amado a mí, y yo a mi Amado: ¿quién será el que se meta a despartir y a matar dos fuegos tan encendidos? Será trabajar en balde, porque ya se ha tornado en uno.


    XVII
    1. ¡Oh Dios mío y mi sabiduría infinita, sin medida y sin tasa y sobre todos los entendimientos angélicos y humanos! ¡Oh Amor, que me amas más de lo que yo me puedo amar, ni entiendo! ¿Para que quiero, Señor, desear más de lo que Vos quisiereis darme? ¿Para qué me quiero cansar en pediros cosa ordenada por mi deseo, pues todo lo que mi entendimiento puede concertar, y mi deseo desear, tenéis Vos ya entendido sus fines, y yo no entiendo cómo me aprovechar? En esto que mi alma piensa salir con ganancia, por ventura estará mi pérdida. Porque, si os pido que me libréis de un trabajo y en aquél está el fin de mi mortificación, ¿qué es lo que pido, Dios mío? Si os suplico me le deis, no conviene por ventura a mi paciencia, que aún está flaca y no puede sufrir tan gran golpe; y si con ella le paso y no estoy fuerte en la humildad, podrá ser que piense he hecho algo, y hacéislo Vos todo, mi Dios. Si quiero padecer, mas no querría en cosas en que parece no conviene para vuestro servicio perder el crédito, ya que por mí no entienda en mí sentimiento de honra, y podrá ser que por la misma causa que pienso se ha de perder se gane más para lo que pretendo, que es serviros.
    2. Muchas cosas más pudiera decir en esto, Señor, para darme a entender que no me entiendo; mas como sé que las entendéis, ¿para qué hablo? Para que cuando veo despierta mi miseria, Dios mío, y ciega mi razón, pueda ver si la hallo aquí en esto escrito de mi mano. Que muchas veces me veo mi Dios, tan miserable y flaca y pusilánime, que ando a buscar qué se hizo vuestra sierva, la que ya le parecía tenía recibidas mercedes de Vos para pelear contra las tempestades de este mundo. Que no, mi Dios, no; no más confianza en cosa que yo pueda querer para mí. Quered Vos de mí lo que quisiereis querer, que eso quiero, pues está todo mi bien en contentaros. Y si Vos, Dios mío, quisiereis contentarme a mí, cumpliendo todo lo que pide mi deseo, veo que iría perdida.
    3. ¡Qué miserable es la sabiduría de los mortales e incierta su providencia!  Proveed Vos por la vuestra los medios necesarios para que mi alma os sirva más a vuestro gusto que al suyo. No me castiguéis en darme lo que yo quiero o deseo, si vuestro amor (que en mí viva siempre), no lo deseare. Muera ya este yo, y viva en mí otro que es más que yo y para mí mejor que yo, para que yo le pueda servir. El viva y me dé vida; El reine, y sea yo cautiva, que no quiere mi alma otra libertad. ¿Cómo será libre el que del Sumo estuviere ajeno? ¿Qué mayor ni más miserable cautiverio que estar el alma suelta de la mano de su Criador? Dichosos los que con fuertes grillos y cadenas de los beneficios de la misericordia de Dios se vieren presos e inhabilitados para ser poderosos para soltarse. Fuerte es como la muerte el amor, y duro como el infierno 
    ¡Oh, quién se viese ya muerto de sus manos y arrojado en este divino infierno, de donde ya no se esperase poder salir, o por mejor decir, no se temiese verse fuera! Mas ¡ay de mí, Señor, que mientras dura esta vida mortal siempre corre peligro la eterna!
    4. ¡Oh vida enemiga de mi bien, y quién tuviese licencia de acabarte! Súfrote, porque te sufre Dios; manténgote porque eres suya; no me seas traidora ni desagradecida.
    Con todo esto, ¡ay de mí, Señor, que mi destierro es largo!  Breve es todo tiempo para darle por vuestra eternidad; muy largo es un solo día y una hora para quien no sabe y teme si os ha de ofender. ¡Oh libre albedrío, tan esclavo de tu libertad, si no vives enclavado con el temor y amor de quien te crió! ¡Oh, cuándo será aquel dichoso día que te has de ver ahogado en aquel mar infinito de la suma Verdad, donde ya no serás libre para pecar ni lo querrás ser, porque estarás seguro de toda miseria, naturalizado con la vida de tu Dios!
    5. El es bienaventurado, porque se conoce y ama y goza de sí mismo, sin ser posible otra cosa; no tiene ni puede tener, ni fuera perfección de Dios poder tener libertad para olvidarse de sí y dejarse de amar. Entonces, alma mía, entrarás en tu descanso cuando te entrañares con este sumo bien, y entendieres lo que entiende, y amares lo que ama, y gozares lo que goza. Ya que vieres perdida tu mudable voluntad, ya ya no más mudanza; porque la gracia de Dios ha podido tanto que te ha hecho particionera de su divina naturaleza  con tanta perfección que ya no puedas ni desees poder olvidarte del sumo bien ni dejar de gozarle junto con su amor.
    6. Bienaventurados los que están escritos en el libro de esta vida (5). Mas tú, alma mía, si lo eres, ¿por qué estás triste y me coturbas? Espera en Dios, que aun ahora me confesaré a El mis pecados y sus misericordias  y de todo junto haré cantar de alabanza con suspiros perpetuos al Salvador mío y Dios mío. Podrá ser venga algún día cuando le cante mi gloria , y no sea compungida mi conciencia, donde ya cesarán todos los suspiros y miedos; mas entretanto, en esperanza y silencio será mi fortaleza . Más quiero vivir y morir en pretender y esperar la vida eterna, que poseer todas las criaturas y todos sus bienes, que se han de acabar. No me desampares, Señor, porque en Ti espero, no sea confundida mi esperanza;

    Por cortesía de: http://www.Clerus.org


    FUNDACIONES:


                                                                     
               



    Nace este Libro, como" el Libro de la Vida", de la obediencia impuesta a Santa Teresa. Esta vez para que relate su hazaña de reforma del Carmelo y fundación de varios monasterios por toda España.
    Lo escribe entre 1573 y 1582, con muchos períodos de inactividad. Comienza a sus 58 años y concluye meses antes de su muerte a los 67. Es pues una obra de su madurez, en la que acepta de mala gana su papel de cronista, tornándolo por el de directora espiritual en gran parte de su redacción.
    Se mezclan en este libro su sabiduría espiritual con la historia de la época, las rencillas de la Iglesia y los negocios mercantiles que supone cada fundación.
    Comienza quejándose de tener que escribirlo: “Por experiencia he visto… el gran bien que es para un alma no salir de la obediencia…” y continúa explicando quien se lo pide: “el maestro Ripalda, habiendo visto este libro de la primera fundación, le pareció sería servicio de nuestro Señor que escribiese de otros siete monasterios que, después acá,… se han fundado,  junto con el principio de los monasterios de los padres descalzos.”
    Explica que, aunque no se consideraba capaz de escribir una nueva obra: “…me dijo El Señor: Hija, la obediencia da fuerzas.”.
    Teresa agradece continuamente las ayudas pero silencia los nombres de quienes pusieron dificultades, lo advierte así: “… Por tener yo poca memoria, creo que se dejarán de decir muchas cosas importantes, y otras, que se pudieran excusar, se dirán”.
    Tras cinco años en el primer convento fundado: San José de Ávila, años de vida conventual ajustada al régimen primitivo, recibe la visita del P. Maldonado trayéndole noticias de la inmensa labor misionera que se requiere en América, lo que apena a la Santa, que en oración escucha: “…Espera un poco hija, y verás grandes cosas.”.
    Y efectivamente poco tiempo después recibe la visita del padre general de Roma con:”…cumplidas patentes para se hiciesen más monasterios, con censuras para que ningún provincial me pudiese ir a la mano.”                                                   

                                                                         

                                                                        
    Y es así como Teresa se hace a los caminos y nos cuenta lo que en ellos encuentra; sol abrasador, frio y barro, gente de bien que la ayudan y traidores que desdicen lo prometido.


                                                                             

    En Medina del Campo se produce el encuentro con San Juan de la Cruz, que, buscando mayor soledad y austeridad planeaba el ingreso en la cartuja de El Paular, cuando en 1567 se encuentra con Teresa y le convence de ayudarle en la reforma fundando el primer monasterio de la orden de los descalzos: Duruelo, Ávila. Contaba ella 52 años y 24 él.
    Teresa nunca pierde el ánimo. En un viaje en el duro invierno a Burgos, pasando frío y sufriendo la lluvia y el barro de los caminos, se encuentra con una hostilidad inesperada para fundar. Corría el año 1580, tenía por tanto 65 años y acababa de pasar un mal viaje, no de horas, como los de ahora, sino de días. Su relato se vuelve entonces oración, como tantas veces: “¡Oh Señor mío, qué cierto es a quien os hace algún servicio pagar luego con un gran trabajo!, ¡Y qué precio tan precioso para los que de veras os aman, si luego se nos diese a entender su valor!”(Fundaciones 31,22).

     Partiendo desde Ávila, su ciudad natal, difundió sus enseñanzas místicas y religiosas por Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Toledo, Pastrana, Salamanca, Alba de Tormes, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada y Burgos.

                                                                                                                         





    Tambien crea conventos para frailes carmelitas descalzos,que toman este ESCUDO ,como símbolo de su hábito

                                                                                 



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    VIVO SIN VIVIR EN MÍ
    ...
    Vivo sin vivir en mí,
    y tan alta vida espero,
    que muero porque no muero.
    Vivo ya fuera de mí,
    después que muero de amor;
    porque vivo en el Señor,
    que me quiso para sí:
    cuando el corazón le di
    puso en él este letrero,
    que muero porque no muero.
    Esta divina prisión,
    del amor en que yo vivo,
    ha hecho a Dios mi cautivo,
    y libre mi corazón;
    y causa en mí tal pasión
    ver a Dios mi prisionero,
    que muero porque no muero.
    ¡Ay, qué larga es esta vida!
    ¡Qué duros estos destierros,
    esta cárcel, estos hierros
    en que el alma está metida!
    Sólo esperar la salida
    me causa dolor tan fiero,
    que muero porque no muero.
    ¡Ay, qué vida tan amarga
    do no se goza el Señor!
    Porque si es dulce el amor,
    no lo es la esperanza larga:
    quíteme Dios esta carga,
    más pesada que el acero,
    que muero porque no muero.
    Sólo con la confianza
    vivo de que he de morir,
    porque muriendo el vivir
    me asegura mi esperanza;
    muerte do el vivir se alcanza,
    no te tardes, que te espero,
    que muero porque no muero.
    Mira que el amor es fuerte;
    vida, no me seas molesta,
    mira que sólo me resta,
    para ganarte perderte.
    Venga ya la dulce muerte,
    el morir venga ligero
    que muero porque no muero.
    Aquella vida de arriba,
    que es la vida verdadera,
    hasta que esta vida muera,
    no se goza estando viva:
    muerte, no me seas esquiva;
    viva muriendo primero,
    que muero porque no muero.
    Vida, ¿qué puedo yo darle
    a mi Dios que vive en mí,
    si no es el perderte a ti,
    para merecer ganarle?
    Quiero muriendo alcanzarle,
    pues tanto a mi Amado quiero,
    que muero porque no muero.


    Poesías, nº 8 “Alma, buscarte has en mí”

    ...
    Alma, buscarte has en Mí,
    y a Mí buscarme has en ti.
    De tal suerte pudo amor,
    alma, en mí te retratar,
    que ningún sabio pintor
    supiera con tal primor
    tal imagen estampar.
    Fuiste por amor criada
    hermosa, bella, y a sí
    en mis entrañas pintada,
    si te perdieres, mi amada Alma,
    buscarte has en Mí.
    Que yo sé que te hallarás
    en mi pecho retratada,
    y tan al vivo sacada,
    que si te ves te holgarás,
    viéndote tan bien pintada.
    Y si acaso no supieres
    dónde me hallarás a Mí
    no andes de aquí para allí,
    sino, si hallarme quisieres,
    a Mí buscarte has en ti.
    Porque tú eres mi aposento,
    eres mi casa y morada,
    y así llamo en cualquier tiempo,
    si hallo en tu pensamiento
    estar la puerta cerrada.
    Fuera de ti no hay buscarme,
    porque para hallarme a Mí,
    bastará sólo llamarme,
    que a ti iré sin tardarme
    y a Mí buscarme has en ti.




                                               



    CONVENTO DE SAN JOSË DE ÁVILA,E INTERIOR DEL CONVENTO

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